El viento sabía cosas que él aún no se atrevía a nombrar. Secretos que iban a ser develados ni bien Thomas se quite los botines para siempre.
Soplaba con esa fuerza tibia del atardecer incierto, cuando las luces del estadio todavía no terminan de imponerse sobre la claridad del cielo, y los cánticos rebotan como ecos lejanos de una guerra que ya no le pertenece.
Thomas Sclavi cerró los ojos.
El mundo era una amalgama de rugidos, banderas, flashes y pasto recién cortado. Pero en su pecho, todo estaba quieto.
Vacío.
Como si ese partido no fuera un acto heroico, ni una despedida triunfal, ni siquiera un cierre digno.
Solo... el final de algo.
Su final.
Inspiró hondo. Sintió el sabor del aire filtrarse entre sus dientes apretados, el gusto salado del sudor bajándole por la sien.
No dolía. No todavía.
Pero dolería.
Había entrenado para esto toda su vida. Para resistir. Para caer y levantarse. Para sangrar y no decir nada. Pero nadie lo entrena para despedirse.
Y allí estaba: el estadio rep