Había adoptado la costumbre de llegar con diez minutos de adelanto. No sabía para qué, pero allí estaba Thomas, esperando a que Sophia llegue al hogar de ancianos. Noviembre se hacía sentir con una mezcla de lo más particular, uniendo el calor del verano que se avecinaba con la deliciosa brisa primaveral. Por las tardes el cielo se cubría de nubes pesadas y de un color gris tan oscuro que parecían hechas del metal más puro, arrancando destellos blancos en los rayos que surcaban el cielo, de una a otra, intentando contagiar a su compañera de la furia de las tormentas veraniegas.
Tomó asiento en uno de los bancos que estaban cómodamente acomodados en la entrada del hospicio y esperó. Apoyó sus codos en sus rodillas y se recostó sobre ellos. Tenía algo para preguntarle a Sophia, no sabía si era correcto, o no, lo que iba a proponerle, pero de todas maneras quería intentarlo. Sólo tenía que encontrar las palabras correctas para poder preguntarle si le gustaría.
No pudo pensar mucho más, p