Mundo ficciónIniciar sesiónEl apartamento de Alexander Blackwood era un santuario a prueba de emociones. Pero en menos de diez minutos, la Dra. Camila Ríos había profanado esa quietud.
Alex la observó desde el pasillo de mármol, inmovilizado por la audacia de la mujer. Camila no se había disculpado por su visita sin previo aviso. Simplemente había entrado y había comenzado a moverse por la sala de estar con la autoridad de una tasadora de arte o, peor aún, de alguien que ya era dueña del lugar.
—¿Dónde están las cámaras? —preguntó ella de repente, sin mirarlo. Estaba evaluando el enorme sofá de cuero italiano, que no era solo un mueble, sino una obra de arte conceptual.
—No tengo cámaras en el penthouse, Dra. Ríos.
—Error —dijo Camila, girándose para mirarlo, sus ojos marrones firmes—. La vigilancia de terceros es una violación de la ética profesional y de la confidencialidad. Pero más importante aún: usted debe sentirse seguro y sin observar. En mi experiencia, los hombres que controlan imperios odian perder el control en su propio espacio. Y usted acaba de perder el suyo, Sr. Blackwood.
Alex sintió un escalofrío que no tenía nada que ver con la temperatura. Esa mujer no solo leía el manual; parecía haberlo escrito ella misma.
—Mi ‘espacio’ es un arreglo contractual de 90 días, Dra. Ríos. Y no necesito que me analice desde el minuto cero.
Camila ignoró la punzada de sarcasmo y señaló la pared de vidrio, donde el skyline de Miami se extendía infinito.
—Esa pared es un problema. En la terapia de reprocesamiento, no queremos distracciones visuales. Los estímulos deben ser controlados.
—¿Sugiere que tape la vista de $50 millones? —Alex se sirvió otro trago de whisky, el hielo resonando como un gong en el silencio tenso.
—Sugiero que, durante las sesiones, nos ubiquemos donde la luz no sea tan invasiva. Además —Camila caminó hacia el sofá y golpeó el cuero con la palma de la mano—, este material es demasiado frío. Necesito que se sienta cómodo. ¿Tiene alguna manta o un plaid de lana que use?
—No uso mantas, doctora.
—Lo hará. —La orden fue suave, sin posibilidad de apelación—. Usted está aquí porque su cuerpo y su mente están en guerra, y yo estoy aquí para imponer una tregua. Mientras estemos en sesión, mi palabra es la ley. Mi contrato con su junta directiva lo estipula.
Alex Blackwood, el hombre que decidía el destino de miles de millones de dólares, se encontró en una posición humillante: recibir órdenes de una mujer que tenía diez años menos que él y que olía a cítricos y profesionalismo.
—Su tarifa por esta invasión debe ser astronómica, doctora.
Camila finalmente sonrió, pero era una sonrisa de negocio. —Es proporcional a la urgencia y al riesgo de su situación, Sr. Blackwood. Y créame, es la mejor inversión que su bufete hará este trimestre. Ahora, por favor, baje ese vaso. El alcohol anula el efecto de la reorientación. Vamos a empezar ahora mismo. No mañana.
Alex no discutió más. El miedo a perder su bufete pesaba más que su ego. Dejó el vaso en la barra de titanio.
Camila lo dirigió a un sillón individual de terciopelo gris, más pequeño y más acogedor que el sofá. Ella se sentó en un puff a unos dos metros de él, sosteniendo su portafolio de cuero. Abrió un pequeño estuche de metal y sacó un par de auriculares.
—Mi nombre es Dra. Camila Ríos. Estoy aquí para tratar su Trastorno de Estrés Postraumático y su Duelo Complicado derivado de la muerte de su esposa, Isabella.
Alex sintió una punzada familiar, fría y aguda. —Es estrés laboral, doctora.
—Es trauma. El estrés laboral es un síntoma. El trauma es la causa. —Camila no se inmutó—. Vamos a usar la Terapia de Desensibilización y Reprocesamiento por Movimientos Oculares. ¿Conoce la técnica?
—He leído los informes. Movimiento de ojos. Psicología pop —replicó Alex, con desprecio en el tono.
Camila suspiró, pero sin impaciencia. Era como hablarle a un niño rico y malcriado, y su actitud la divertía sutilmente.
—La EMDR no es psicología pop, Sr. Blackwood. Es un protocolo científicamente probado para ayudar al cerebro a reprocesar un recuerdo traumático que quedó atascado en el sistema nervioso. Su cerebro sigue reaccionando al accidente como si estuviera ocurriendo ahora. Mi trabajo es ayudarlo a archivar ese recuerdo como lo que es: pasado.
Camila colocó los auriculares frente a él, sacó su cuaderno de notas y encendió un pequeño aparato que parecía un metrónomo futurista.
—Primer paso: El Recuerdo Objetivo. Describa brevemente la escena que le causa más angustia.
Alex apretó la mandíbula. —El ventanal de la sala de juntas.
—No. Quiero la escena que desencadena el miedo a perder el control. Lo que le hizo lanzar ese pisapapeles.
Alex respiró hondo, su mirada perdida. Era la primera vez que se obligaba a pensar en ello en presencia de alguien más.
—Estábamos discutiendo sobre un contrato. Yo estaba en la oficina, ella estaba conduciendo. Exigí que se detuviera y leyera un apéndice. Me gritó que la estaba asfixiando. Luego... el sonido. Metal. Ruido. Un silencio roto. La llamada se cortó.
Camila asintió, tomando notas rápidas. —Ese es nuestro recuerdo objetivo. Ahora, dígame qué Creencia Negativa asocia con ese recuerdo. ¿Qué se dice a sí mismo sobre ese evento?
—Soy responsable. —La frase salió helada, inmutable, la piedra angular de su culpa.
—Perfecto. Y ahora, ¿cuál es la Creencia Positiva que queremos reemplazar?
Alex dudó. El silencio se alargó, roto solo por el murmullo lejano del tráfico de Miami. —¿No fui responsable?
—No es una pregunta, Sr. Blackwood. Es una afirmación que su mente tiene que aceptar. ¿Qué es verdad sobre usted, a pesar de ese evento?
—Soy... digno de control.
Camila tomó nota y luego le devolvió una mirada penetrante que lo desarmó. —Su control es lo que le costó a su esposa, Sr. Blackwood. Su creencia positiva debe ser sanadora. Intentemos esta: Hice lo mejor que pude en ese momento. ¿Qué tan cierto se siente eso, en una escala del 1 al 7?
—Uno. Es una mentira.
—De acuerdo. Ahora, la emoción: cuando piensa en el accidente, ¿cuál es la emoción dominante?
—Rabia —siseó.
—No. Es el disfraz. La emoción real que lo hace temblar en la mesa de juntas.
Alex la miró con odio. Ella había visto a través de su fachada. —Terror.
—Y la Intensidad de su Angustia: del 0 al 10, ¿qué tan abrumadora es esa emoción ahora mismo?
—Nueve.
Camila asintió, con una calma que lo irritaba. Parecía que su dolor era solo un número en una escala.
—Bien. Vamos a empezar a reprocesar el recuerdo objetivo: Isabella, el teléfono, el sonido. Mantenga el recuerdo en su mente. Mientras lo hace, sentirá una serie de zumbidos alternantes en estos auriculares. El sonido se mueve de un oído a otro. Simplemente observe lo que siente, lo que piensa. No intente controlarlo.
—Soy muy bueno controlando las cosas, Dra. Ríos.
—No aquí. —Camila lo miró con autoridad—: Permita que su cerebro haga su trabajo. Siéntese, cierre los ojos. O manténgalos abiertos si lo prefiere. Solo siga el sonido.
Alex cerró los ojos, tensando los músculos del cuello. El sonido comenzó: zumbido... pausa... zumbido... pausa. Era rítmico, hipnótico, una agresión sónica a su habitual silencio.
Intentó concentrarse en la rabia, en el desprecio por esa mujer. Pero el sonido lo obligó a ceder. En su mente, el penthouse desapareció, reemplazado por un recuerdo nítido y doloroso.
Estaba de pie en su oficina, el traje de lana italiana, el sol de Miami entrando. La discusión sobre el contrato. Estaba gritando. La voz de Isabella, áspera, dolida: "Tengo que irme, Alex, me estás asfixiando."
Zumbido... zumbido...
De repente, Alex no sintió la ira. Sintió el frío. El frío del cuero del asiento del coche en la morgue, donde le dijeron que debía identificarla. Sintió el olor a metal quemado y el perfume de Isabella, una mezcla tóxica que su cerebro había enterrado.
Su respiración se aceleró. El sonido de los zumbidos se fusionó con el thud sordo del accidente.
Abrió los ojos de golpe. Su camisa se estaba pegando a su espalda con sudor frío. Su cuerpo temblaba ligeramente, un movimiento casi imperceptible, pero que Camila Ríos notó de inmediato.
Camila no se movió, manteniendo su voz baja y uniforme. —Solo observe. ¿Qué siente ahora? ¿Qué ha cambiado en el recuerdo?
—El sonido... el olor... —Alex tartamudeó, algo que no le pasaba desde la infancia—. No puedo...
—Puede. Continúe.
—¡El silencio! El silencio después del corte de la llamada. Es... es absoluto. Es como si el mundo hubiera... desaparecido. Yo lo provoqué. La estaba asfixiando.
Zumbido... zumbido...
Camila tomó notas, sin mostrar piedad. —Observe ese silencio. ¿Dónde lo siente en el cuerpo?
—En el pecho. Un vacío. Una presión.
Alex se agarró el pecho, la presión era real, física. Era el miedo a no haber podido escuchar, a no haber podido salvarla.
Estaba expuesto, crudo. Su poder corporativo, su dinero, su traje de $10,000, no significaban nada frente a esa mujer sentada a dos metros, desmantelando su mente pieza por pieza.
—Detente —ordenó.
—No. Aún no llegamos a un punto de calma. Continuamos.
El zumbido siguió. Alex sintió que si esa tortura duraba un segundo más, perdería el control por completo y se derrumbaría. Pero el miedo a que esa mujer lo viera deshecho era mayor que el terror del recuerdo.
Entonces, justo cuando su cuerpo estaba a punto de fallar, el zumbido se detuvo.
El silencio en el penthouse era tan denso que Alex podía oír el zumbido de sus propios oídos.
Camila le dio un momento. Luego, su voz suave regresó, aterrizándolo en el aquí y el ahora.
—Muy bien, Alex. Tómese un momento. Respire.
Alex abrió los ojos, sus pupilas dilatadas. Miró a Camila. Ella era la única persona en años que lo había visto temblar.
—¿Qué fue eso? —Su voz era un susurro.
—Eso, Sr. Blackwood, fue la primera fase de reprocesamiento. Hemos activado la red de memoria traumática. Ahora, ¿cuál es su nivel de angustia del 0 al 10?
—Ocho —dijo, la reducción de un punto era mínima, pero real.
—Es un buen comienzo. Su cuerpo se resistió con sudor y temblores, pero su mente no colapsó. Usted es fuerte, Alex, mucho más de lo que quiere admitir. Pero su control es una ilusión. La próxima vez, no luche contra la emoción. Permítale que lo atraviese.
Camila cerró su portafolio. —Terminamos por hoy. Nuestra próxima sesión es a las 8:00 A. M. Mañana. Prepárese para ir más profundo en la escena del accidente.
Alex se levantó, tambaleándose ligeramente, sintiendo la resaca de una descarga de adrenalina. Intentó recuperar su postura de CEO, pero fue inútil.
—Usted me odia —declaró Alex, caminando hacia el ventanal, recuperando su máscara de hielo.
Camila recogió su estuche de metal, poniéndose de pie. Su altura era modesta, pero su presencia llenaba el espacio.
—No, Sr. Blackwood. No lo odio. Y el odio no forma parte de mi protocolo. Yo solo veo un caso de estudio. Una mente brillante y una voluntad de acero que ha invertido toda su energía en la culpa. Mi trabajo no es juzgarlo, sino liberarlo de la mentira que se ha estado contando.
Ella caminó hacia la puerta, su perfume cítrico dejando un rastro sutil. Al llegar al umbral, se detuvo y se giró.
—Pero, permítame corregirlo en algo. Usted no es el único que está bajo contrato aquí. Yo también estoy luchando contra la necesidad de control. Y cada vez que me mira con ese desafío en los ojos, me pregunto si lograré mantener mis propias reglas.
Sus ojos cálidos se encontraron con los fríos ojos grises de Alex, y por primera vez, hubo algo más que terapia. Había una fisura en el profesionalismo de Camila, una chispa que Alex reconoció al instante: el deseo.
—¿Y cuáles son sus reglas, Dra. Ríos? —preguntó Alex, su voz grave y cargada de amenaza y promesa.
Camila sonrió, una sonrisa que esta vez no fue profesional, sino peligrosamente femenina.
—Distancia profesional. No seré una herramienta en su juego de poder, ni un reemplazo para Isabella. Y nunca cederé al... magnetismo que emana de su dolor.
Y con esa declaración, que fue más una promesa rota que una regla, Camila Ríos salió del penthouse.
Alex se quedó de pie, mirando la puerta cerrada. Tenía el cuerpo temblando por el esfuerzo de la sesión, pero la mente se había encendido. Ya no pensaba en el accidente. Pensaba en la curva de los labios de Camila y en el desafío implícito en su mirada.







