Maribel revisó el mensaje una vez más antes de borrar la notificación. La invitación al ballet aún reposaba sobre su escritorio, junto al sobre blanco con el elegante membrete del ballet de New York. No le había dado una respuesta a Rodrigo… pero la decisión ya estaba tomada.
No era por él.
Era por ella.
Porque no iba a permitir que nadie —mucho menos Pedro Juan— creyera que tenía el más mínimo control sobre su vida. Y si aceptar esa salida le servía para recordárselo, entonces estaba más que dispuesta a hacerlo.
Se ajustó la bufanda alrededor del cuello mientras salía de la biblioteca de la facultad. Llevaba días estudiando sin tregua, con el estrés de los exámenes finales y la presión del inminente examen de la barra asfixiándola. Apenas dormía. Apenas comía. Pero por dentro, ardía. Estaba tan cerca de cumplir uno de sus mayores sueños que no podía —no debía— dejar que las emociones la desestabilizaran.
Y sin embargo…
Una parte de ella seguía preguntándose si Pedro Juan se había per