36. Soy mil veces
Nunca pensé que escuchar su voz sería un recuerdo infernal del pasado que volvía a reclamar cuentas aunque no quisieras.
Ella representaba todo lo que odié, aborrecí y llegué a amar. Sus ojos brillaban como dos linternas esperando respuesta. Sin moverme, murmuré apenas:
—Louisa, entra a la casa.
Noté que dudaba, pero finalmente aceptó. Aún sujetando a nuestro hijo de la mano, entró a la casa siendo escoltada por James. Isabella se mantuvo siguiendo los movimientos de Louisa con Edward, como si quisiera comprenderlo o asegurarse.
Se miraron de reojo, un silencio que parecía una batalla más que un intercambio de miradas. Entró en silencio y todo pareció congelarse. Ella comenzó a reírse, incómoda, pero sobre todo sin poder creer que estaba pasando. Acarició su cabello achocolatado con su dedo. Aquel era su tic de años cuando algo no le gustaba.
—¿Un hijo? Dante, ¿qué es esto? —masticó cada palabra con una molestia impresionante—. Dijiste que me esperarías y apareces de repente con