16. Quiero que despidan a…
El aire se había vuelto tan denso que parecía líquido e irrespirable, la misma sensación de haber sido lanzados al fondo del océano. Mi cuerpo sentía una tensión que hacía casi imposible moverme, los sonidos se tornaban ahogados, mi respiración era entrecortada.
Nos giramos por completo, quedando frente a Dante. Su mirada era penetrante, imponente, sumamente controladora. Parecía que habíamos entrado en sus dominios, tocado algo prohibido, y eso ameritaba un precio. Sus ojos, usualmente claros, se habían oscurecido en un tono que parecía casi azabache.
Su mandíbula estaba tensa, sus manos sujetaban con fuerza la silla, como si se estuviera forzando a levantarse, pero desistió. Por otro lado, James a su lado observaba la situación en silencio, como un perro que espera la orden de su dueño.
—¿Qué quieres? —Timothy fue el primero que rugió—. ¿No ves que estoy un poco ocupado? ¿O deseas quedarte viendo a dos personas declararse su amor?
Aquel comentario insípido logró que me riera, tosca p