Capítulo narrado por Mariano Hans:
La cara de susto de Fatima no sale de mi mente. Se fue con Zayd. Supuestamente, para intentar protegerla en un lugar seguro por un tiempo. Sigo sentado como un estúpido en la sala de espera del hospital, con la cabeza entre las manos. El café que me ofreció la abuela Dana se enfría sobre la mesa, olvidado. Zayd ronda cerca alguna vez, sin Fatima con él por supuesto, él me empieza a parecer una sombra que no puedo evitar. Y yo… yo estoy atrapado en un laberinto que parece cerrarse más con cada paso que doy. Mi teléfono vibra. Lo miro. El nombre en la pantalla me hace tensar la mandíbula. Marco Hans. Mi jodido padre, Dios mío. Respondo con un suspiro, sabiendo que esta conversación no será fácil. Parece que la vida está conspirando para que todo para mí se empiece a tornar catastrófico. —Hola, papá. —le saludo intentando hacer que mi voz suene "normal". —Mariano, hijo. —dice con su tono habitual, educado, casi afectuoso. —, ¿Dónde estás? —me pregunta interesado. Sé que cuando mi padre me pregunta algo, es porque ya tiene la respuesta a su disposición. —En el hospital. Con Fátima. —le contesto sin rodeos, no vale la pena hacerlo. Hay un silencio breve en la línea. Luego, su voz cambia. No se vuelve agresiva, pero sí más firme de lo que usualmente es. Incluso podría pensar, que la voz de papá se torna calculadora. —¿Fátima? ¿Otra vez con esa chica?, ¿la que se casó con un hombre por su dinero y ahora anda llorando qué quiere regresar con sus padres, después que los menosprecio? —pregunta mi padre, y toso al escucharlo. Los padres de Fatima han empezado a tejer una mentira conveniente. —Papá, no puedes creer lo que dicen los demás. Siempre has sido un hombre que es capaz de cuestionar. En este momento, no quiero hablar por teléfono. ¿Podríamos hablar esto más tarde? —le sugiero intentando sonar afable. —No, no. No estoy suponiendo nada. Solo estoy recordándote que tienes un compromiso. Un contrato firmado. Intento hacerlo de la forma mas lógica y pacífica posible pero me lo pones difícil. ¿O ya olvidaste que debes casarte con Kiara Hneidi? —arroja mi padre a secas, como si llevara horas conteniendolo. Trago saliva. El nombre de Kiara me pesa hasta para pronunciarlo en la lengua. No porque no la aprecie. Kiara siempre se comportó como una mujer dulce, complaciente, educada, sobria, encantadora. Pero no es Fátima. Y desde que volví a verla, desde que la escuché hablar con esa mezcla de fuerza y vulnerabilidad, todo cambió. Me enamoré de Fatima, desde que era un crío, desde la primera vez que la vi. Volver a verla siendo adulto, no cambió. Sigue teniendo el mismo efecto en mí. —No lo he olvidado. —digo a mi padre. —Entonces explícame por qué estás perdiendo el tiempo con otra mujer. ¿Sabes cuánto hemos invertido en esa alianza con los Hneidi? ¿Sabes lo que significa para nuestra empresa tener acceso a sus redes en Medio Oriente?, ¿de donde sacaste ésta locura de ir detrás de su hermana? —me pregunta mi padre sonando alterado. —Lo sé papá. Se que puede sonarte descabellado todo lo que está pasando... Pero... Podré explicarlo. Dame tiempo. —digo, apretando los dientes. —¿Y sabes lo que significa para ellos emparentar con un norteamericano que en poco tiempo, será converso como tú? ¿Sabes lo que representa tu apellido para ellos? —insiste mi padre. —Sí, papá. —digo sintiéndome ajeno a mis palabras. ¿Por qué todo tiene que ser tan pesado para mí? —Entonces actúa como si lo entendieras. Porque si no lo haces, si sigues jugando con fuego, te juro que te quito todo ya que no me estarías dejando otra opción. La empresa, tu participación, tus proyectos. Todo lo que construiste con “magia”, como tú sueles decir todo el tiempo. Todo lo que hiciste crecer con tus ideas. Lo destruyo. ¿Me entiendes?, ¿eres consciente de todo lo que tienes para perder, por un caprichito? Su tono sigue siendo educado. No grita. No insulta. Pero cada palabra me está aniquilando. Mi papá me está poniendo entre la espada y la pared. Sin embargo... —¿Me estás amenazando? —le interrogo, me gustaría que él entrara en razón. Ni siquiera me ha dado la oportunidad de explicarme. Esta no es una actitud propia de mi padre. —Te estoy recordando lo que está en juego. No me obligues a tomar decisiones que no quiero tomar. Cumple con tu promesa. Cásate con Kiara. Haz lo que se espera de ti. O desaparecerás del mapa empresarial. Por favor, Mariano, no es momento de ser bruto, te aseguro que esto es lo que más te conviene... —sentencia mi padre manteniendo el tono. Cuelga sin esperar respuesta. Me quedo mirando el teléfono, como si fuera una bomba que acaba de explotar en mi mano. Mi padre, el hombre que me enseñó a negociar, a construir, a soñar… Acaba de ponerle precio a una de las cosas mas importantes de mi vida. Y entonces, como si el universo decidiera que no he tenido suficiente, el teléfono vibra de nuevo. Omar Hneidi. El nombre me provoca un escalofrío. No lo he tratado a solas más que un par de veces, ya que mi padre siempre ha sido intermediario, pero su reputación lo precede. Un hombre poderoso, temido, con contactos en todos los rincones del mundo árabe. Un patriarca que controla a su familia como si fueran piezas de ajedrez. Respondo con cautela. —Señor Hneidi. —le saludo. —Mariano, Mariano... —dice, con una voz grave, pausada, como si cada vez que escupe mi nombre estuviera medida. —, me han dicho que estás teniendo dudas. —No es eso… —No me interrumpas, idiota. —ordena el hombre. Su tono cambia. Ya no es pausado. Es cortante. Frío. —Tu padre y yo hicimos un trato. Un trato que beneficia a ambas familias. Tú te casas con Kiara. Nosotros abrimos nuestras puertas a tus negocios. Tú nos das acceso a América. Nosotros te damos acceso al Medio Oriente ¿tu pequeño cerebro te permite entenderlo? —Sí, lo recuerdo. —añado firme. —Entonces explícame por qué estás revoloteando alrededor de Fátima como si fueres un adolescente enamorado. Como si no estuvieras comprometido. —Ella… Ella no está bien. Se lo dije. Solo estoy tratando de ayudarla. —¿Ayudarla? —dice, soltando una risa seca. — , ¿Sabes cuántos hombres han querido “ayudar” a Fátima? ¿Sabes cuántos han terminado arruinados por hacerlo? —me pregunta con una risita. Sé que me esta mintiendo. —No entiendo. —Claro que no entiendes. Porque no sabes quién soy. No sabes lo que puedo hacer. Pero te lo voy a explicar, Marianito. Hace una pausa. Luego su voz baja, como si estuviera a punto de contarme un secreto. —Tengo en mi poder información muy delicada sobre tu familia. Sobre tu empresa, cuando la lideraba tu papito. Sobre los movimientos financieros que tu padre ha hecho en los últimos años. Movimientos que, si se hicieran públicos, destruirían todo lo que han construido. —añade el hombre con sorna. Mi corazón se acelera. —¿Está amenazándome en este momento, señor Hneidi? —Estoy dándote una oportunidad de corregir tu destino, yankee. Cásate con Kiara. Haz lo que prometiste. Y todo estará bien. —Y si no lo hago… ¿Usted se está olvidando que ya no está en su país? —Si no lo haces, mañana mismo esa información estará en manos de los medios. Y tu padre será investigado. Y tú serás arrastrado con él. Sé como funcionan las leyes aquí. Me quedo en silencio. No sé qué decir. No sé cómo responder a una amenaza en la que no solo estaría yo asumiendo las consecuencias de mis acciones... Sino, donde mi familia se ve involucrada. —¿Por qué me está haciendo esto? —Porque no me gusta que me contradigan. Porque no me gusta que mi hija se convierta en motivo de juego para nadie. Porque tú firmaste un contrato. Y porque tengo algo más que puede interesarte. Su voz se vuelve burlona. Cruel. —¿Conoces a Laurent? —me pregunta el hombre con ironía y burla. Mi cuerpo se tensa. Laurent. Mi hermana menor. Mi niña. Tiene 16 años. Vive con mis padres. Es dulce, tímida, estudiosa. No tiene nada que ver con este mundo. Solo es una niña. —¿Qué pasa con Laurent? —le pregunto y trago saliva. —Digamos que… Está conmigo ahora. En una situación poco voluntaria. Sin embargo, nadie la hará nada. Nada que tú no le hayas hecho a Fatima cuando tenía su edad, por supuesto. —¿Qué? —No te preocupes. Está bien, con un amiguito. Por ahora. Pero si sigues desobedeciendo, si sigues acercándote a Fátima, puede que Laurent no esté tan bien mañana. Y si llegas a buscar a la policía, te juro que se muere apenas lo sepa. Me quedo helado. No puedo creer lo que estoy escuchando. —Está enfermo. —susurro. —Estoy poderoso, ¿qué tal? —corrige él. —, y tú estás atrapado. Así que decide. ¿Quieres salvar a tu familia, a tu empresa, a esa niña inocente? ¿O quieres seguir jugando al héroe con Fátima? Cuelga. Me quedo con el teléfono en la mano, temblando. Todo encaja. Todo lo que no entendía de Fátima. Su miedo. Su silencio. Su forma de mirar a su padre como si fuera una sombra que la persigue. Ahora lo entiendo. No es debilidad. Es supervivencia. Por ello, a pesar de ser abogada, le tiene terror. Su papá, no conoce la justicia. Omar Hneidi no es un padre, es un loco. Que amenaza, manipula, destruye. Y yo… yo estoy en medio de su juego. Me levanto. Camino por el pasillo sin rumbo. Necesito aire. Necesito pensar. Pero todo se siente pesado. Como si el mundo se hubiera vuelto más oscuro en cuestión de minutos. Fátima aparece al final del pasillo. Me ve. Sonríe, débilmente. No sabe nada. No sabe lo que acabo de escuchar. No sabe que su padre está dispuesto a destruirme para mantener el control. No sabe que Laurent, mi hermana, está en peligro. Y yo… yo la amo. Pero también firmé un contrato. Y ahora, tengo que decidir si rompo con todo por ella ahora que parece venir a mí… O sí queda una pequeña luz en toda esta oscuridad.