Suspendida en el aire.

Capítulo narrado por Fatima Hneidi:

Camino por el pasillo con el corazón golpeando fuerte, además del dolor físico de mi cuerpo al cual el desarreglo le empieza a pasar factura. Cada paso que doy se siente como una decisión irreversible. Mi madre está en la habitación la abuela Dana, se supone que yo he salido para que me hagan unos estudios en la otra ala de la clínica. No sé cómo lo logró, pero la abuela la convenció de quedarse un rato con ella. Es el único respiro que tengo. El único momento en que puedo huir sin que me sigan. Ya que después de todo, mi madre confía en Zayd. Él es un IMAM, es un miembro muy respetable de la comunidad.

Zayd me espera en la entrada trasera de la clínica. Ha sido claro: si quiero desaparecer por un tiempo, este es el momento. Mi padre cree que puede “solucionar” las cosas, y yo sé lo que eso significa para alguien tan desquiciado como Omar Hneidi. Solucionar, para él, es controlar. Es castigar. Es encerrar. No puedo permitir que me encuentre. Ni siquiera sé de lo que es capaz de hacerme después de tantos años sin vernos. Y ahora... Me siento insegura sobre mí. No sé si voy a quedarme muda al verlo.

Doblo la esquina y veo a Mariano sentado en uno de los sillones de la sala de espera. Tiene la mirada perdida, como si estuviera en otro mundo. Me acerco con pasos rápidos, decidida.

—Mariano. —le digo, y él levanta la vista lentamente.

—¿Fátima? —responde, como si fuera la última persona que esperaba ver.

Lo entiendo un poco, se supone que estaba fingiendo estar callada y rezando, en la habitación, con la loca de mi madre, y con mi abuela intentando apaciguar la situación.

—Tenemos que irnos. Ahora. Mi madre está con la abuela. Zayd está listo. Me va a llevar a un lugar seguro. No hay tiempo para explicaciones largas. Solo necesito que vengas conmigo para que podamos planear cómo vamos a sobrellevar la situación con nuestras familias. —digo sintiéndome avergonzada, se siente como si le estuviera proponiendo algo indebido.

No obstante, lo hago basándome en que él dijo abiertamente que estaba en ese lugar, a pesar de todo, porque me amaba, a mí.

Él me mira como si no entendiera. Como si mis palabras fueran ruido. Su expresión es distante, casi vacía.

¿A dónde se fue el Mariano que hace unas horas dijo delante de mi abuela que me amaba?

—¿Zayd te va a llevar?, ¿es seguro? —pregunta, sin moverse.

—Sí. Él tiene un contacto para que pueda salir de la clínica sin rastros. Y también un lugar donde puedo estar tranquila por un tiempo. Hasta que mi padre deje de buscarme. Hasta que todo se calme para nosotros. No tendrás que quedarte todo ese tiempo, solo mientras decidimos... —le digo sintiendo un nudo en mi garganta.

Mariano se queda en silencio. No dice nada. No se levanta. No pregunta a dónde vamos. Solo me observa.

—¿Estás bien? —le pregunto, sintiendo que algo no encaja.

—Recibí una llamada del trabajo. —dice, como si eso fuera más importante que lo que acabo de decir. —, me preguntaron por qué no he aparecido. No he respondido. No sé qué decirles. Tengo muchas cosas que firmar y algunos asuntos que cambiar en la empresa... Muy importantes, de verdad...

—¿Y eso qué tiene que ver con esto? —le pregunto, confundida.

—No lo sé. —responde con lejanía. —, todo se está desmoronando. Mi padre me llamó. Me amenazó. Me dijo que si no me caso con Kiara, me quita todo. Y luego Omar… También me llamó. Y esta vez no fue cortes.

Siento un escalofrío. No quiero saber qué le dijo Omar. No ahora. No cuando estoy a punto de huir.

—Mariano, necesito que vengas conmigo. No puedo hacerlo sola. —susurro sintiendo mi piel ardiendo.

—¿Y Zayd? —pregunta, con un tono que no reconozco.

—Zayd está ayudándome. No es lo que tú crees. Apenas le conozco, Mariano. —arrojo con fatiga.

—¿Y qué creo yo? —responde, con una sonrisa amarga.

Me quedo en silencio. No sé qué decir. No sé cómo explicarle que esto no es sobre él. Que esto es sobre sobrevivir. Que mi padre no es un simple trauma y recuerdo amargo para mí. Que es realmente despiadado.

—¿Sabes qué pienso? —dice Mariano, levantándose y usando un tono de voz alto. —, que todo esto ha sido demasiado emocional. Demasiado apresurado. Que tú y yo… Que esto… es caos. Y no sé si puedo seguir en medio de tanto caos en este momento. No puedo lidiar con tanto, Fatima. Lo siento. —arroja Mariano como si se tratase de una jodida sentencia.

Sus palabras me golpean y me rompen hasta la médula. Me quedo quieta, sintiendo cómo se desmorona algo dentro de mí. Como se esbaratan mis ilusiones.

—¿Estás diciendo que no vas a venir? —pregunto, con la voz temblando.

—No lo sé. —, necesito pensar. Necesito respirar. No puedo seguir corriendo detrás de algo que no sé si es real. No lo sé, Fatima. Tengo dudas.

Me doy cuenta de que no va a venir. Que me está dejando sola. Que me está dejando con Zayd.

—Está bien, no tienes porqué preocuparte. —digo, tragando el nudo en mi garganta que me revienta y asfixia. —, quédate. Haz lo que necesites. Yo… Yo me voy.

Me doy la vuelta sin esperar respuesta. Camino hacia la salida trasera, donde Zayd me espera con una mochila en la mano. Me ve llegar y nota mi expresión.

—¿No viene? —pregunta Zayd con decepción.

—No, él no va a venir por ahora. —respondo intentando ocultar todas mis emociones. —, tiene cosas que resolver. Trabajo. Familia. Dudas.

Zayd asiente sin juzgarme. Me abre la puerta y salimos juntos. El aire de la noche me golpea el rostro como si se tratara de una bofetada de realidad. Estoy huyendo. Como si hubiera hecho algo atroz.

Nos subimos al coche. Zayd conduce en silencio durante varios minutos. El paisaje urbano se va desvaneciendo poco a poco, dando paso a carreteras más tranquilas. Me siento como si estuviera dejando atrás una vida entera.

Me convenzo a mí misma de que es temporal.

—¿Quieres hablar? —pregunta Zayd, sin apartar la vista del camino.

—No lo sé. —respondo sin querer sonar caprichosa.

—A veces ayuda. —sugiere Zayd con una media sonrisa.

—¿Tú crees que ayuda hablar de lo que uno siente? —le pregunto insegura.

—No siempre. Pero a veces, ponerlo en palabras lo hace menos pesado. —expresa Zayd y se encoge de hombros.

Me quedo en silencio. Luego, sin saber por qué, empiezo a hablar.

—Me enamoré de Mariano cuando era adolescente. Era diferente. Tenía esa forma de mirar el mundo que me hacía sentir que todo era posible. Luego nos perdimos porque mis padres me exiliaron y no volví a saber de él, estuve estudiando en otro condado. Fui a Armenia un tiempo. Me gradué. También estuve estudiando un post grado. Encontré trabajo. Y ahora que lo volví a ver… Todo se volvió confuso.

—¿Confuso cómo? —me pregunta pareciendo interesado.

—Como si el pasado estuviera chocando con el presente. Como si lo que sentí entonces estuviera peleando con lo que siento ahora. Pero todo ha sido demasiado rápido. Demasiado intenso. Me trae caos. Y no sé si puedo vivir en medio de tanto caos. Y no sé sí él pueda soportarlo. A pesar de que hoy, violentamente, dijo que me ama. —digo apenada, puedo sentir mi cara ardiendo de vergüenza.

Zayd asiente. No dice nada por un momento. Luego, con voz suave, responde:

—No puedes desbordar tu vida por sentimientos que tuviste cuando eras adolescente. No sin pensar. No sin saber si eso es lo que realmente quieres. No sin saber sí esto va en consonancia con la mujer que eres ahorita. —puntualiza Zayd.

Sus palabras no son duras. Son cálidas. Son sinceras. Y me hacen sentir menos sola.

—¿Y si lo que quiero es imposible? —pregunto sintiendome un poco inmadura.

—Entonces hay que encontrar lo que sí es posible. Y construir desde ahí. —contesta rápidamente, es como si tuviera una palabra lista para cada cosa.

Me quedo mirando por la ventana. Las luces de la carretera me resultan un poco fastidiosas. Me siento cansada. Me siento rota. Pero también… Me siento acompañada.

Después de dos horas de viaje, llegamos a un pequeño pueblo al norte de Nueva York. Las casas son modestas, rodeadas de árboles. El aire es fresco. Hay silencio. Y por primera vez en días, siento que puedo respirar.

Zayd me lleva a una casa de madera, con un jardín lleno de flores. Una mujer de mediana edad, con rostro amable nos recibe en la puerta. Tiene los ojos de Zayd, pero más suaves.

—Ella es Fátima. Es la chica por la que te llamé hoy. Es musulman, y una buena persona. —dice Zayd. —, va a quedarse aquí por un tiempo. ¿Está bien?

—Por supuesto. Todos nuestros hermanos son bienvenidos. —responde la mujer, sonriendo. —, que la paz esté contigo, bienvenida, querida.

Me siento acogida al instante. Hay algo en su mirada que me recuerda a la abuela Dana. Esa capacidad de hacerte sentir en casa, incluso cuando estás huyendo de lo más cercano que alguna vez sentiste como un hogar.

Zayd me ayuda a llevar la mochila adentro. Me muestra la habitación donde voy a dormir. Es sencilla, pero acogedora. Tiene una ventana que da al jardín. Me siento segura en este sitio.

—Voy a venir a verte pronto. Pero ahora tengo que irme, necesito no ser sospechoso para tu familia. —dice Zayd, antes de irse. —, no estarás sola. Tengo a alguien que me cubre en la clínica, ha dicho que estoy en cirugía. La doctora Anyka entiende la situación, he apoyado a mujeres maltratadas otras veces. —explica Zayd.

Esto no lo hace especialmente porque soy yo. Porque no me conoce. Esta es su naturaleza.

—Gracias. —respondo con sinceridad...

—Y recuerda. —añade. —, no tienes que decidir nada ahora. Solo respira. Tienes que hacer terapias, mi madre está al tanto... Tienes que reposar. Has pasado por mucha porquería y es normal que te sientas harta.

Lo veo alejarse por el camino. Me quedo en la puerta, observando cómo se pierde entre los árboles. Luego entro a la casa, donde la madre de Zayd me espera con una taza de té.

Me siento en el sofá. Tomo el té. Y por primera vez en mucho tiempo, no siento miedo.

Solo silencio y una mediana calma.

Solo el principio de algo nuevo que no parece ser aterrador.

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