Narrado por Mariano Hans:
Jamás me había sentido tan humillado. Siento que hoy es un día en que pisaron mi hombría y me convirtieron en la sombra de lo que alguna vez fui.
No reconozco mis propias emociones. Y trato de no pensar.
La puerta se abre con un chirrido que me taladra los oídos. No hay música, ni flores, ni sonrisas. Solo silencio. Un silencio que pesa como plomo. Entro a la habitación y la veo. Kiara está ahí, de pie, vestida de blanco. El vestido de novia que seguramente escogió su madre y que solo lo dejaron sobre la cama esta mañana y que ella obedientemente usó, porque es lo único que sabe hacer, obedecer como una mula, como si no tuviera cerebro ni criterio propio. Ni siquiera entiendo porque ha intentado hacerme creer que esto es una ceremonia sagrada, mientras que para mí esto solo significa una asquerosa condena. Sin más nada que pueda describirlo de un mejor modo.
La luz tenue del cuarto no logra suavizar la escena. Ella me mira con los ojos grandes, húmedos, c