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Después de la hibernación viene...

Capítulo narrado por Fatima:

Me despierto con la luz entrando entre las cortinas, aún no estoy segura de que hora es, pero es como si Allah hubiese decidido darme un guiño esta mañana. No sé por qué. Quizá porque he dormido sin miedo. O porque la paz ha comenzado a dejar sus huellas. Algo en mí se ha sacudido. No sé si fue la cena tan sabrosa que comimos ayer, las miradas compartidas con personas tan amenas, la voz suave de Zena… O que mi corazón, por fin, empieza a no doler tanto. No puedo seguir lloriqueando por Mariano, cuando después de todo lo que me pasó, no ha sido capaz de hacerme ni siquiera una sola llamada.

Me levanto con calma. El cuerpo todavía me reclama por el accidente y por las terapias que he estado haciendo para que mi recuperación sea óptima, pero ignoro la molestia. Me miro al espejo. No tengo la cara cansada por lo menos. La verdad es que me veo bien. Me veo viva. Lo agradezco.

Tomo el teléfono. No sé qué me impulsa a hacerlo, pero marco el número de mi antiguo trabajo. El bufete donde pensaba que iba a cambiar el mundo. Donde me aplastaron sin pensar en lo que construí. Donde me redujeron a una estupida y mentirosa nota de prensa. El amarillismo puro.

Contesta Marta, la secretaria. Su voz me resulta igual de fatigada qué siempre.

—Hola Marta, espero estés teniendo un feliz día. Me gustaría hablar con Evans.

—Fatima… ¿quieres hablar con el licenciado Evans?

—Sí. Por favor. —respondo, sin rodeos.

Me pasa la llamada. Escucho su voz, una mezcla de una persona lerda, y pretenciosa. Como si él viviera en una nube de reconocimiento que se fabricó con el apellido de su padre y el dinero de su familia.

—Abogada Hneidi… Qué sorpresa recibir una llamada de usted. ¿Estás bien de salud?, ¿le llegó su liquidación a su cuenta?

—La verdad es que hoy me encuentro mejor que nunca. —respondo seca. Pero sé que también he sido chocante, así lo he querido.

—Me alegro. Aunque me sorprende que nos contactes, después del escándalo con Hans… Y tu repentino accidente. Decidimos liquidarte porque no soportamos a la prensa viniendo hasta acá. Ni a tu familia llamando todos los días para preguntar si aun trabajas para nosotros. —expresa Evans, con su voz petulante, estoy segura de que se tomó un par de copas para celebrar que se pudo deshacer de mí.

Siento la furia acumulándose en mi pecho. No vine a buscar su perdón. Vine a escupir la verdad.

—Escuche, nepo baby. —escupo el apodo con placer. —, el único escándalo aquí es que ustedes permitieron que se saliera de las manos de todos el hecho de que Mariano Hans continuara sus operaciones sabiendo que estaban afectando especies acuáticas. Lo sabían. Yo lo denuncié. Mis compañeros tambien. Y ustedes hicieron que la responsabilidad recayera sólo en mí. Me dejaron sola.

Hay un silencio del otro lado. Pero sigo con mi descarga, ya no importa. Ya no soy su subordinada.

—Todo el equipo se acercó hasta Hans y Asociados. Lo recuerdan, ¿verdad? Pero ninguno logró que cerraran nada. ¿Y qué hicieron ustedes? Me echaron. Como si yo fuera la falla. No el sistema que ampara a personas como Mariano. No el poder que no le importa que una persona contamine ya que generan impuestos qué van directo a la nación, mientras que yo soy nadie porque no tengo dinero. Me despidieron porque no pude controlar una situación que necesitaba más que una abogada joven. ¿Eso es justicia?, ¿no se supone que eramos un equipo que se caracterizada por ser conservadores pero ambientalistas?, ¿no decíamos que podíamos marcar la diferencia?

Su tono cambia. Como quien se siente acorralado pero todavía cree que tiene el as bajo la manga. Que tipo tan idiota... No tiene nada a su favor.

—Nos llegó información… De que tu accidente en el automóvil no fue tan casual. De que tuviste una aventura con Mariano. Que fue en su casa qué pasó.

Me quedo helada. Luego hiervo.

—¿Y qué tiene que ver eso con mi trabajo? ¿Ahora deciden la valía profesional por chismes? ¿Por rumores que ni siquiera tienen fundamento? Estas muy equivocado si crees que yo tenía un romance... Yo solo le vi ese día... Era todo profesional.

—Fatima, no es personal… Pero la forma en que llegaste a la clínica con él, la poca ropa que traías, no es muy profesional de tu parte. —arroja Evans, y sé que lo esta disfrutando.

Ni siquiera tuve tiempo de pensar en eso. Llegue a la clínica inconsciente. Sí hubiera llegado sola, nadie abría reparado en que solo traía una camiseta de hombre puesta.

Pero me llevó Mariano Hans. Un hombre importante, guapísimo, que esta en los medios por lo mucho que ha logrado escalar en el ramo empresarial en su corta edad.

—Sé que todo fue personal desde el principio. Y la falta de ética de usted es más grave que cualquier error mío. Usted y Mariano son igual de irresponsables. —digo sintiendo que he sido demasiado inmadura y que he mezclado mis sentimientos con la falta de responsabilidad de Mariano en cuanto a la protección ambiental.

No escucho más a Evans. No quiero. Cuelgo. Tiemblo. No de dolor. De rabia.

Siento que cada palabra que dije era necesaria. Pero también siento que necesito salir de esa conversación cuanto antes. Me siento orgullosa de haberlo dicho. De haber puesto a ese hombre en su sitio. Pero también vacía por lo que representa. Se supone que quería ver si había aunque sea una pequeña posibilidad de que me dieran la facilidad de trabajar desde casa... Mientras solucionaba mi vida.

La puerta de la cocina se abre despacio. Zena, la madre de Zayd, me mira con sus ojos tiernos. Me ofrece té sin decir nada. Luego se sienta frente a mí.

—Lo escuché todo, Fatima. —me dice.

—Me pasé de tono... Lo siento por esas palabras aquí en su casa. —susurro.

—Te defendiste. Y eso también es oración. Hiciste lo correcto. —arroja orgullosa.

Nos quedamos en silencio un instante. Luego, ella me toma la mano con suavidad.

—Tengo algo que puede ayudarte.

La miro, esperando.

—Hablé con una hermana musulmana. Ella forma parte de una red que protege a mujeres que han perdido la custodia de sus hijos por no tener ingresos. Padres que las mantienen económicamente y luego les arrebatan lo más valioso. Crearon un pequeño bufete legal. Y necesitan apoyo. No pagan mucho. Pero podrían ayudarte con un permiso provisional de trabajo. Ya hablaron con el imam más influyente de nuestra comunidad. Están dispuestos a apoyarte en proteger tu identidad para que tu familia no pueda encontrarte. —explica Zena.

No sé qué decir. Siento que me llena el pecho una mezcla de asombro y esperanza.

—¿Un bufete legal? ¿Ayudar a esas mujeres? —le pregunto, incrédula de que vaya a poder ejercer mi profesión en este lugar.

—Sí. Son como tú. Mujeres fuertes. Mujeres invisibilizadas por hombres que creen que tener poder es tener derecho. Ellas están reconstruyendo. Como tú también lo harás, Fatima. —arroja la mujer con franqueza. Como si estuviera segura de que estaré bien.

Siento los ojos humedecerse. Me da miedo creer que algo bueno me está pasando.

—¿Cuándo puedo conocerlas? —le pregunto.

—Hoy. En unas horas. Quieren verte. Quieren saber si puedes formar parte.

Le aprieto las manos. Ella me devuelve el gesto sin apretujarme. Como si entendiera que el dolor aún vive en mis articulaciones.

Más tarde, cuando llegamos al lugar, me reciben con abrazos. Con palabras suaves. Con miradas que no juzgan. El bufete está montado en una pequeña casa con alfombras, bandejas de dátiles, y expedientes apilados con nombres de mujeres que lo perdieron todo.

Leo algunos de ellos. Una mujer de 27 años sin derecho a ver a su hijo porque no tiene empleo. Otra que lleva años esperando un fallo judicial mientras el padre amenaza con mudarse de país. Veo todo eso y siento que mi historia, aunque dolida, no es la peor. Que hay gente viviendo guerras familiares cada día.

Me siento útil. Siento que tengo algo que ofrecer. Que mi título de abogada, manchado por el chisme y la hipocresía, aún puede tener sentido.

Al salir del lugar, llevo una sonrisa que parece un milagro. Me siento parte de un lugar por primera vez en toda mi vida, aunque suene tonto. Me siento encendida.

Y entonces lo pienso. Lo decido. Quiero hacer algo por Zayd. No porque me lo pida. Sino porque estoy agradecida. Él me trajo aquí. Me dio espacio. Me dejó sanar. No me juzgó.

Entro a una tienda, a pesar de que mi pierna sigue resentida y que Zayd me pidió no estar mucho tiempo de pie. Pero no importa. Camino lento. Apoyada en el bastón. La empleada me mira preocupada, pero me sonríe cuando le digo que quiero cocinar algo especial.

Compro arroz, almendras, canela, pollo, cardamomo, cebolla morada, dátiles, cúrcuma, y un par de especias que aprendí a usar de niña. Quiero hacerle algo que le recuerde a casa. A fe.

Al llegar a casa, Zena me ayuda a preparar todo. No pregunta demasiado. Me observa. Ve que lo hago con una intención distinta. Y sonríe sin decir palabra.

Cocino lento. Entre pausas y estar insegura de si son correctos los olores. Mientras el vapor sube desde la olla y yo observo todo con muchísimo cuidado de no arruinar nada.

Preparo una mesa sencilla. Decoro con flores secas y té. Me siento nerviosa. Extrañamente nerviosa. Y eso me asusta.

—Fatima, hoy no los acompañaré a cenar. Estoy muy agotada por haberme despertado muy temprano para acompañar a una hermana... —se excusa Zena.

—¿Pero de verdad no va a probar lo que hice? —le pregunto mortificada.

—Lo comeré mañana, que tengan una buena noche. —se despide Zena y me da un breve beso en las mejillas.

Escucho la puerta. Siento los pasos. Reconozco la forma en que Zayd camina. Está entrando.

Me sorprendo a mí misma. Por esperar su reacción. Por esperar su sonrisa. Por querer decirle que me pasó algo bueno hoy.

Mi corazón late como si me hubieran despertado de una larga hibernación.

Y eso… también es nuevo.

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