Confesión del pasado.

Capítulo narrado por Zayd:

La cena fue agradable. Estar con Fatima se siente agradable, y mi madre, es como un ángel en la tierra. Amo estar cerca de ella...

Por ende decido, dormir hoy acá. No quiero irme a mi apartamento a estar solo.

Las luces del pasillo se apagan detrás de mí. La casa está en completo silencio, salvo por el murmullo de la brisa que roza las cortinas del salón donde me gustaría pensar que tengo recuerdos en familia, pero no es así, esta casa no representa mucho de mi vida, no pertenezco a este pais, a pesar de que tengo un buen trabajo, y soy respetado en la sociedad... Cruzo el umbral de mi cuarto y cierro la puerta con cuidado, como si el más leve ruido pudiera romper el sueño de la mujer que duerme justo a pocos metros de mi habitación.

Me siento en el borde de la cama. Me quito la camisa lentamente, la doblo con precisión y la dejo sobre el respaldo de la silla. No sé por qué me cuesta tanto dormirme últimamente. Quizás es porque desde que Fátima llegó a la que era mi vida… Todo en mí se ha movido, muchos sentimientos están haciendo un escándalo en mí. Me gustaria entenderlos, poder tener control sobre ellos, pero está lejos de ser la realidad.

Soy un IMAM, doy apoyo emocional, guío a las personas en la mezquita, presido la oración colectiva, oficio bodas y funerales, y el hecho de ser médico, hace que mi vocación tenga mas respeto y credibilidad. No puedo quejarme demasiado de mi vida...

Sin embargo, no puedo practicar en mí mismo los consejos que siempre doy. No soy capaz de entregar mis sentimientos en su totalidad a Allah y dejar que él se encargue...

Decido acostarme, necesito dormir. El colchón huele a almendra y un ligero olor a sandalo viene a mi nariz, igual que el que tenía en Turquía, ese bendito olor. Cierro los ojos, pero el sueño no llega. Solo las imágenes. Como siempre.

Rola. Rola. Rola.

Su nombre no necesita ser dicho en voz alta, no querría decirlo. Está aquí. Como una cicatriz invisible en el centro de mi pecho. Rola poseía un rostro suave, el cabello largo que nunca quiso esconder y los ojos marrones mas penetrantes que alguna vez haya visto. Su cabello zanahoria siempre me hacía pensar que ella era fuego y miedo al mismo tiempo. La conocí en el hospital, hace once años. Yo era médico recién egresado, con manos temblorosas y más esperanza de crecer y expandirme que experiencia, quería ganar el respeto de todos... Ella llegó rota. O mejor dicho, hecha pedazos que no sabía si quería volver a juntar, no me pidió ayuda. No quería hablar demasiado. Rola solo estaba ahí, existiendo.

Su esposo la golpeaba. La tenía sometida como si fuera su maldito objeto. Y lo peor es que ella lo justificaba de mil y una forma. Como lo hacen muchas mujeres. Porque el dolor a veces se disfraza de costumbre, ella no veía que ese hombre la estaba acabando, qué la estaba abusando. Ella llegó a pensar, que la golpeaba porque ella le hacía molestar. Que la golpeaba porque ella olvidaba cosas importantes.

La llevé a casa, a mi propia casa, donde vivía solo. No era parte del protocolo, lo sabía en su momento, esto era inapropiado. Pero no podía dejarla ir a ese lugar donde la esperaban los gritos y el maltrato físico qué vivía día a día en el lugar que ella llamaba hogar.

Conmigo, empezó otra vida, una vida que ni siquiera ella sabía sí quería. Ella cocinaba, limpiaba, escribía en su libreta poemas que nunca me quiso leer. Y un día me miró con esa intensidad que te obliga a no mirar a otro lado y me agradeció por existir. Por haberle enseñado algo genuino y con alma en este mundo que ella siempre vió como algo perdido. Me dijo que yo era la persona mas importante de su vida, y que la vida no le alcanzaría para agradecerme por haberla sacado del infierno que representaba vivir con su marido.

Me enamoré en ese preciso momento al ver lo valiente que estaba siendo. Lo negué al principio y no dije nada al respecto. Creí que era compasión que estaba sintiendo y que ella solo estaba siendo muy agradecida. Pero ya Rola lo era todo para mí en ese momento. Ella también se enamoró de mí, sanamente.

Supe que no debía, pero nada en mí era racional entonces. Ella provocaba en mí, cosas que jamás pensé experimentar por nadie. Ella era una mujer salvaje en el amar. Y me encantaba.

Huimos. A Turquía. A un pueblo donde nadie nos conocía, y donde conseguí trabajo apenas llegué.

Ella tomó otra identidad, seguiamos teniendo miedo de que su esposo pudiera encontrarla. Y las personas que se involucraban en nuestro entorno no podian saber que ella era una mujer casada.

Yo dejé de ser el médico joven del hospital para convertirme en un médico sin relevancia en un pequeño pueblo.

Rola floreció allá, sonreía, tenía un trabajo en una mercería y tenía muchas amigas que la adoraban. Y una tarde de otoño nació nuestra hija: Zeyneb. Todo parecía perfecto. Me sentí el hombre mas feliz del mundo cuando ella me dijo que estaba embarazada. Le conté a mi madre, lo celebré. Nada era más importante para mí que esa pequeña criatura, fruto del amor de una mujer espectacular, y yo.

Hasta que el pasado la encontró.

Él apareció como una sombra, jamás dio ninguna amenaza. No nos chantajeó. No me buscó. No gritó. No preguntó. Simplemente disparó a Rola.

Yo estaba comprando algunas cosas que nos faltaban en nuestra despensa... Ella estaba en casa, cuidando de nuestra pequeña Zeyneb. Cuando volví, no la escuché. Al principio, quise creer que estaban dormidas. No había ruido. Solo la puerta entreabierta, y el olor metálico que nadie quiere conocer en su vida entera...

Zeyneb ya no estaba. Se la llevó. Como si fuese suya. Como si yo nunca hubiese existido. Como si Rola no hubiera muerto con los brazos vacíos... Le arrebato a su hija, a nuestra jodida hija, y se la llevó. Encontré el cuerpo de Rola, con las manos en el rostro...

Imaginé el diálogo entre ellos por años. Podía escuchar la fuerte voz de Rola, diciéndole que por favor no la matara frente a Zeyneb. Sin embargo, sé que la mató a sangre fría. A pocos centímetros.

Cada noche pienso en ella. En las risas. En los silencios. En su miedo que fui desarmando con ternura. Cada noche recuerdo que no pude salvarla. Que no fui suficiente astuto para protegerla.

Por eso llevé a Fátima a casa de mi madre. No porque sea débil con todas las mujeres que veo desvalidas. Sino porque… Vi algo en ella. Algo que se parece a Rola... No su rostro. No sus gestos. Sino esa mezcla de fuerza y fragilidad que pide ayuda sin decir palabra. Sabía que yo podía ser útil.

Sé que es injusto pensar eso. Fátima no es Rola. Fátima no necesita que alguien la salve, es una mujer profesional que tenía una vida tranquila antes de ese accidente. Pero aún así, la imagen se repite. Como si mi corazón no supiera distinguir entre el pasado y el presente.

Hay un golpe suave en la puerta. Me incorporo nervioso. Es mi madre. Siempre sabe cuándo algo me perturba.

—Estás despierto, querido. —susurra, entrando con su chal cubriéndole los hombros.

—No podía dormir, mamá. —le digo sintiendome apenado por la confesión.

Ella se sienta junto a mí. No dice nada enseguida. Solo me mira con atención, como quien está esculcando algo en mí.

—¿Piensas en ella otra vez?

Asiento con la cabeza. Resignado.

—No puedo evitarlo. —arrojo en un hilo de voz.

—¿Y qué tiene que ver eso con Fátima? —me pregunta mi madre de forma directa.

Me duele que lo note. Pero no niego. Mi madre es sabia. Conoce mis silencios y no estaría bien ocultarlo. Soy un hombre honesto.

—Tiene algo. Algo que me recuerda… A lo que perdí. —agrego con serenidad, teniendo miedo de no sonar tan patético.

Mi madre coloca una mano sobre mi rodilla. Aprieta con suavidad.

—Zayd… Tú sabes perfectamente que no todos los dolores se curan con sustituciones. Rola fue parte de tu historia. Y su ausencia también. Pero Fátima no es una sombra que viene a rellenar un hueco. Ella es su propia luz. Su propio camino. Es una mujer hermosa, y tienes que verla como tal. Sí no vas a verlo así, y la veras como el recuerdo de alguien mas, entonces aléjate de ella... —expresa mi madre sin preámbulos.

—Lo sé, madre. Pero me preocupa... Me preocupa que algún día ella piense que la ayudo porque veo en ella a alguien que ya no está. No veo a Fatima como un recuerdo presente de Rola. Sé que Fatima tiene su propia esencia, y la veo así. No intento sustituir nada. Apenas nos estamos tratando, apenas confía un poco en mí...

Mi madre suspira. Mira al techo por un instante.

—A veces creemos que el amor tiene que tener una lógica. Que debemos justificarlo. Pero yo no veo que estés enamorado de Fátima. Veo que te importa. Y que has hecho algo que pocos hacen hoy en día: has ofrecido tu casa sin pedir nada. Has compartido silencio sin imponer nada, la ayudaste a esconderse. Pero el amor no es algo que nace tan rápido, así que no veo nada que tengas por lo que preocuparte ahora mismo.

—Ella tiene derecho a sentirse libre. A decidir. A vivir sin deberme nada. No es eso... —agrego.

—Exacto. —dice mi madre, con firmeza. —, y tú tienes derecho a sanar. A sentir. Pero cuidado con hacerlo desde el dolor. No hagas de Fátima tu redención. Ella no vino a salvarte, Zayd. Pero tú puedes ayudarla a salvarse a sí misma.

Me quedo callado. No tengo respuestas ante las acertadas palabras de mi madre.

—Ella es abogada, inteligente, profesional. Deja que poco a poco ella tome las riendas. No la guíes pensando que se va a romper. Ella es más fuerte de lo que tú crees. —insiste mi madre manteniendo la serenidad en su tono.

Asiento.

—Gracias, mamá.

—Y algo más. —añade antes de levantarse. —, si alguna vez sientes que lo que nace entre ustedes es amor, asegúrate de que sea nuevo. Que no tenga raíces en lo que fue, sino flores en lo que podría ser. Y cuéntale todo, el amor no puede empezar con omisiones. Tiene que saber, que en algún lugar del mundo, está Zeyneb. Sé que volverá a estar con... Nosotros. —espeta mi madre y una lagrima corre por su mejilla.

Me deja con esas palabras. Me acuesto otra vez. Ahora, el silencio se siente distinto.

Miro al techo. Imagino a Zeyneb. Me pregunto si en algún rincón del mundo, ella me recuerda. Si sabe que su padre aún la espera. Me duermo pensando en esa esperanza. Y también en Fátima. No como una extensión de nadie... Porque no lo es. Sino como una posibilidad que merece su propia historia.

¿Fatima me aceptaría, en un futuro, aun si supiera mi historia?

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