El sillón era amplio, y Lorenzo se sentó primero, estaba nervioso, no dejaba de entrelazar sus dedos, sus manos sudaban, y sus cejas parecía decir lo que su sonrisa forzada trataba de evitar. Lorenzo quería escapar y volver a la finca, pensaba en esos libros de fantasía de la edad media qué le gustaba leer, se imaginaba acostado con un poco de leche tibia y galletas, mientras la lluvia golpeaba su ventana.
Pero se maldecía a sí mismo, sabía que se encontraba en ese lugar por su falta de determinación, no había tenido la fortaleza de negarse a Santiago.
—Bambino, quita esa cara de poca miseria, este lugar te va a animar —dijo Santiago, acercando su boca al oído de Lorenzo, para que este pudiera escuchar, pero no dijo nada, solo asintió con la cabeza y sonrió con la mayor naturalidad posible.
El whisky llegó la mesera sirvió los tragos, después de que Santiago, comprobará qué la botella estaba cerrada, ella, sonrió al ver a Lorenzo y pensó que si el más joven de los Tattaglia le pres