Ahora se sentía sofocante. El restaurante, con su elegancia y su calidez, se transformó en un laberinto de secretos. Ana dio un paso atrás, su cuerpo tenso, mientras Marina se alejaba con un movimiento grácil, dejando tras de sí un rastro de perfume y dudas. Alberto, ajeno a la tormenta que se desataba en el corazón de Ana.
Pero para Ana, todo había cambiado. La chispa de confianza que había sentido en el auto, el eco del beso que aún quemaba en sus labios, ahora estaba empañado por la sombra de las palabras de Marina. ¿Quién era realmente Alberto? ¿Y qué significaba estar a su lado en un mundo donde cada mirada, cada palabra, parecía ocultar una verdad más oscura?
El aire en La Lumière se había vuelto irrespirable para Ana. El eco de las palabras de Marina. “Es un asesino, cariño”. Resonaba en su cabeza como un tambor implacable, mezclándose con la imagen de Alberto riendo con sus amigos, ajeno a su tormenta interna. ¿Quién es él realmente? pensó, su corazón apretado por la duda. ¿Y M