Exactamente una semana más tarde, Jonathan Verstappen regresó a casa. Lo hizo durante la madrugada y fue directo a mi habitación. Entre sueños lo sentí arrancarme las sábanas que me envolvían y, al momento siguiente, ya tenía sus manos separándome las piernas y sus labios invadiendo los míos.
—¿Has logrado avanzar en tu tarea, Suzanne? —me susurró con voz ronca, subiéndome la camiseta y llevando una diestra mano a mi espalda.
Sentí el broche de mi bra abrirse y justo después su mano ya estaba acariciándome los pechos con verdaderas ansias. Me alcé sobre los codos, sintiendo una especie de calor arder desde mi vientre y llegando rápidamente a todas mis extremidades.
—Espero buenas noticias tuyas —agregó con un jadeo y terminó el beso para verme bajo la tenue luz de la lampará de lectura al lado de la cama.
Sonrojada, alcé la cabeza y lo observé arrodillado entre mis piernas, ya desnudo y erguido ante mí. Incluso sin tanta luz que lo iluminará, fui completamente capaz de apreciar el