Cris y yo nos instalamos en una pequeña ciudad, a dos días de dejar Las Vegas. Con el dinero de Sasha, rentamos un pequeño departamento y compramos algunos muebles. Luego acudimos a un hospital para llevar el control de mi embarazo y establacer la fecha de parto.
Cris no trató de hacer nada conmigo, fue un caballero y nos quedamos en habitaciones separadas. Él consiguió empleo y yo me encargué del hogar, como sí fuesemos un matrimonio tradicional. Lo despedía por las mañanas desde la puerta, como una esposa y al volver, lo esperaba con la cena. Pero no iba más allá. Nuestra relación era más como compañeros de renta, no como amantes.
—Aquella mujer me dio su numero —me dijo a los pocos días de instalarnos.
Me mostró su celular, en la cena. En una foto muy clara, vi un rostro imposible de olvidar. Un hombre alto y esbelto, joven, de cabellos rubios y un perfil atractivo. Era Jonathan.
Aparté la vista enseguida, con el dolor contrayendo mi corazón. No quería saber más de él, era doloros