Leonardo
La mansión se había convertido en un mausoleo de recuerdos. Leonardo deambulaba por los pasillos como un fantasma, habitando espacios que ya no sentía suyos. Cada rincón le recordaba a Luna: el sofá donde habían compartido copas de vino, la cocina donde la había visto reír, el jardín donde sus ojos brillaban bajo el sol. Ahora todo estaba teñido de ausencia.
Llevaba tres días sin dormir adecuadamente. Su rostro, normalmente impecable, mostraba una barba descuidada y ojeras profundas. El imperio Santoro seguía funcionando, pero su emperador se desmoronaba en silencio.
Esa tarde, después de cancelar tres reuniones importantes, tomó una decisión. No más estrategias, no más manipulaciones. Si iba a perderlo todo, al menos lo haría con la verdad por delante.
Condujo hasta el apartamento de Luna con el corazón martilleando contra su pecho. No había llamado, no había avisado. Simplemente necesitaba verla, hablarle, aunque fuera por última vez.
Cuando Luna abrió la puerta, su expresi