Luna
El cementerio se extendía bajo un cielo plomizo que amenazaba tormenta. Luna caminaba entre las lápidas con un ramo de camelias blancas, las favoritas de su madre. Sus pasos resonaban sobre la grava húmeda mientras el viento agitaba su cabello, como si quisiera advertirle que no siguiera avanzando.
Hacía meses que no visitaba la tumba de Elena. Desde que había entrado en la vida de Leonardo, todo se había acelerado tanto que apenas había tenido tiempo para procesar su duelo. O quizás, simplemente, había estado huyendo.
La lápida de mármol gris apareció ante ella, sencilla pero elegante, como había sido su madre en vida. "Elena Vega. Amada madre y espíritu libre", rezaba la inscripción que los trillizos habían elegido juntos.
—Hola, mamá —susurró Luna, arrodillándose para depositar las flores—. Perdón por tardar tanto en venir.
El silencio del cementerio la envolvió como un abrazo frío. Luna pasó los dedos por las letras grabadas en la piedra, sintiendo un nudo en la garganta.
—No