Leonardo
Leonardo contemplaba la ciudad desde el ventanal de su despacho. Las luces nocturnas de Madrid se extendían como un manto de estrellas artificiales, pero él no veía nada. Su mente estaba ocupada por una sola persona: Luna.
El informe sobre su escritorio confirmaba sus sospechas. Ella había estado investigando sobre su pasado, sobre su familia, sobre los secretos que él había enterrado con tanto cuidado. La rabia se mezclaba con otra emoción que no quería nombrar. Traición. Decepción. Vulnerabilidad.
El sonido de la puerta al abrirse lo sacó de sus pensamientos. Luna entró con paso decidido, como si el despacho le perteneciera. Llevaba un vestido sencillo que realzaba su figura y el cabello suelto enmarcando su rostro. Leonardo apretó la mandíbula.
—¿Me mandaste llamar? —preguntó ella con una calma que solo aumentó su irritación.
Leonardo levantó el informe y lo arrojó sobre el escritorio.
—¿Qué es esto, Luna? ¿Te divierte jugar a la detective privada?
Ella recogió las hojas y