Luna
El espejo le devolvía una imagen que Luna ya no reconocía. Sus ojos, habitualmente firmes y decididos, estaban enrojecidos e hinchados. Las lágrimas, esas viejas desconocidas, corrían por sus mejillas sin control alguno. No recordaba la última vez que había llorado así, con esa intensidad que sacudía su cuerpo entero.
No era tristeza lo que sentía. Era rabia. Una rabia pura y ardiente que le quemaba las entrañas.
—Maldito seas, Leonardo Santoro —murmuró, golpeando con el puño el mármol del lavabo.
Las palabras de Leonardo seguían resonando en su cabeza como un eco interminable. "No eres más que un contrato para mí", le había dicho con esa frialdad calculada que ahora reconocía como su verdadera esencia. Todo lo demás —las sonrisas, las caricias, los momentos de aparente vulnerabilidad— había sido una elaborada actuación.
Luna abrió el grifo y se mojó la cara con agua fría, intentando recuperar el control. Siempre había sido la fuerte, la que mantenía la compostura cuando todo se