Luna

El sol caía sobre la mansión Santoro, bañando los jardines con una luz dorada que contrastaba con la oscuridad que Luna sentía por dentro. Tres días habían pasado desde la discusión con Leonardo, tres días de miradas esquivas y palabras cortantes. Tres días en los que había llorado hasta quedarse dormida, preguntándose cómo habían llegado a ese punto.

Luna se miró en el espejo de su habitación. El vestido veraniego color turquesa que había elegido resaltaba el bronceado de su piel y se ajustaba perfectamente a su figura. Se aplicó un poco más de brillo en los labios y se soltó el cabello, dejando que cayera en ondas sobre sus hombros. No era su estilo habitual, pero hoy no quería ser la Luna de siempre.

—Si crees que puedes tratarme como a una más de tus adquisiciones, Leonardo Santoro, estás muy equivocado —murmuró a su reflejo, ensayando una sonrisa que no llegaba a sus ojos.

Bajó las escaleras con determinación. En el jardín trasero se celebraba una pequeña reunión informal co