Luna
La luz del atardecer se filtraba por los ventanales de la mansión, tiñendo todo de un dorado melancólico que me recordaba a los días de mi infancia. Caminaba por el pasillo que llevaba al despacho de Leonardo, con pasos silenciosos, casi furtivos. No debería estar ahí. Él había salido a una reunión de emergencia y me había pedido explícitamente que no entrara a su despacho privado.
Pero algo me empujaba. Una corazonada, quizás. O tal vez solo mi obstinada necesidad de entender al hombre con quien había firmado un contrato matrimonial que cada día se sentía menos como un acuerdo y más como un laberinto emocional del que no sabía si quería escapar.
Abrí la puerta con cuidado. El despacho olía a cuero, a madera pulida y a ese perfume que Leonardo siempre llevaba, una mezcla de sándalo y algo más profundo que no lograba identificar. Me acerqué a su escritorio, sintiendo el pulso acelerado. No sabía qué buscaba exactamente, pero algo me decía que ahí encontraría respuestas.
Fue entonc