Sasha terminó de secarse las lágrimas con el dorso de la mano. No quería que Lara ni Emilia la vieran así. Ellas necesitaban a su madre fuerte, entera, sonriente incluso si el mundo se caía a pedazos. Inspiró hondo varias veces, llenándose de un aire que, aunque cargado de polvo y del leve olor a humedad del refugio, le daba algo de paz.
Había pasado demasiado tiempo desde que podía recordar algo sin que la culpa la mordiera. Cuando la primera risa de Emilia llenó la cocina de su vieja casa, o cuando Lara aprendió a andar en bicicleta y Diego casi muere del susto viéndola tambalear. Ahora, se aferraba a esos recuerdos como un tablón en medio de un océano embravecido.
Miró a sus hijas, que dibujaban sentadas sobre una manta extendida en el suelo. Lara trazaba líneas decididas con un lápiz negro, mientras Emilia coloreaba el borde con un verde demasiado brillante. Sasha no supo si sentir ternura o tristeza: esos dibujos eran un modo de aferrarse a lo que quedaba de la infancia, a algo q