Estoy asustado. La manera en que me mira mi Luna es muy clara para mí: está furiosa. Ya he aprendido a reconocer esa mirada. Por lo que, sin darle tiempo a que diga nada más, sigo hablando con vehemencia, tratando de convencer a mi Luna.
—¡Me enamoré de ti, sin saber que eras una loba! ¡Te amé al punto de que, cuando te fuiste, creí que me iba a morir! ¡Ese día en la boda de Bennu lloré solo en el lago de la luna, por horas, rogándole que te cuidara y salvara a tu mamá! ¡Me estaba muriendo por ti! —dije, sin ocultar las lágrimas que llenaron mis ojos—. ¡Mi mujer se había ido, y yo no podía acompañarla! ¿No sabes cuánto tuve que aguantarme para no dejarlo todo y correr detrás de ti, Isis? —¡No me mientas! —vuelve a gritarme con sus ojos rojos centelleantes. Un aura de energ&iacu