4. EL TRASLADO NECESARIO
El Alfa se queda en silencio por unos segundos, sin desviar la mirada de su hermana. Finalmente, se acerca y choca la frente con la de su hermana. Sin embargo, en el silencio de su mente, algo late con fuerza; el vínculo con ella sigue siendo profundo e indestructible.
—Mert, mi humano está dormido. Sus heridas ya sanaron, pero no despierta. Traté todo este tiempo de hacerlo despertar, pero no lo logré —explica con tristeza.
—¿Entonces, qué debemos hacer? —pregunta ella con ansiedad.
—Mert, vamos a concentrarnos ahora en esto. Después, veremos cómo lo ayudamos —se detiene un momento mirándola a los ojos. Puede ver que está asustada, pero decidida a ayudarlo—. Tengo que pedirte que te mantengas siempre a mi lado, Mert. ¡Eres la única, además de mi Luna, que puede evitar que me convierta en una bestia, y Jacking desaparezca!
—¡Está bien, Mat, no me separaré nunca de ti! —Lo abraza fuertemente. Tiene tanto miedo de perderlo.
Uno al lado del otro avanzan hacia el centro de la manada. Aunque la tragedia ha dejado huellas profundas, la certeza del Alfa Supremo les devuelve un mínimo sentido de esperanza. Al fin y al cabo, están destinados a sobrevivir. Ya todos los miembros de la manada están presentes. Miran a Mat, interrogantes. Merytnert no se separa de su lado. Mat comienza, junto a los demás, a conjurar al Alfa Supremo.
Con angustia observan cómo se convierte en un extraordinario y gigante lobo. Su mirada es roja y terrible. Ruge con fuerza. Merytnert le toma una mano. Él la mira, sigue realizando conjuros y vuelve a ser el Alfa Supremo que todos conocen. Sus hombres, junto a los antiguos y los brujos, hacen un círculo a su alrededor para incrementar la conexión y el poder del Alfa Supremo con todos en la manada. Son muchos.
Sus ojos comienzan a brillar, conjura y, sin esperar más, entierra su bastón en la tierra que ruge y comienza a abrirse. Levanta su cabeza al cielo, comienza a convocar a nuestros dioses.
Las sombras de la noche se agitan alrededor del círculo, empujadas por una corriente de energía antigua que reverbera en el aire. Mat cierra los ojos por un momento, permitiendo que la conexión con la tierra y el cielo se amplifique en su interior. Siente el pulso de la manada uniéndose al suyo, cada latido entrelazándose en una sinfonía de fuerza y voluntad.
—Dioses de nuestras tierras, escuchen nuestro llamado —declara Mat con voz potente, elevando su mirada hacia el firmamento estrellado—. Buscamos guía en esta hora de incertidumbre, en este cruce de caminos donde la oscuridad se cierne sobre nosotros.
Convoca a Uadyet, diosa del cielo.
A Osiris, dios del inframundo.
A nuestra Isis, diosa de todos los dioses.
A Yat, nuestra diosa y madre Luna.
A Get, nuestra madre tierra.
A Nut, diosa de la bóveda celeste.
Pronuncia las palabras sagradas, una corriente sale del centro de la tierra y se conecta con sus cuernos y el disco solar. Y sale de sus ojos, que los va pasando por toda la manada. Con un último grito, se escucha un fuerte repiquetear de rayos y centellas. La tierra se abre rodeando la manada y desaparecemos. Luces de colores nos envuelven, un aire helado nos recibe. Una gran nube de nieve se eleva por encima de nosotros al descender. El crujir de la tierra es ensordecedor. Nuestras cuevas se abren camino en la montaña. Se hace un silencio aterrador cuando escuchamos la voz de Mat.
—¡Listos! ¡No se mueva nadie aún! —dice con voz de Alfa. Se gira hacia Horacio.— Horacio, ¿cuántas casas necesitamos para toda la manada?
Merytnert lo observa con intensidad, sus ojos reflejando la fe inquebrantable que tiene en el vínculo que los une. Su presencia es un ancla, un recordatorio constante de que no está solo en esta batalla interna que libra entre el hombre y la bestia.
—Setecientas casas, mi Alfa. Doscientas para parejas individuales, trescientas para parejas con un hijo, y las restantes para más de cinco integrantes —contesta el Delta.
Vuelve a realizar conjuros, esta vez lo realiza solo. Los integrantes nuevos de la manada se asombran al ver cómo comienzan a aparecer casas por todos los alrededores.
—Amet, dedíquense a organizar la manada —sigue ordenando el Alfa Supremo.— Teka, ¿dónde quieres la clínica?
—¡Donde siempre, mi Alfa! —contesta con voz potente la bruja.
—Bueno, recrearé nuestro poblado antiguo. Si falta algo, lo arreglaremos después.
Realiza nuevamente conjuros, haciendo aparecer todo el poblado antiguo de la manada La Maat Ra.
El aire gélido rodea los cuerpos en el terreno recién transformado, mientras las luces sagradas poco a poco se apagan. El silencio, aunque perturbador, también está cargado de una energía que ningún miembro de la manada puede ignorar. Mat observa el horizonte, sus ojos aún brillantes mientras se esfuerza por contener el poder ancestral que recorre su ser.
Merytnert sigue a su lado, su mano posada sobre el brazo del Alfa, como si pudiera sostener la energía que a veces parece desbordarlo. Él la mira, agradecido; aunque su semblante no muestra rastros evidentes de emoción, la conexión entre ellos vibra en el aire.
—Nuestro hogar —susurra Merytnert, asombrada ante la inmensidad del nuevo poblado que los rodea. Para la mayoría, el paisaje blanco y las estructuras recién conjuradas son una muestra tangible de esperanza—. Muy bien, hermano, deja ya de ser el Alfa Supremo. Vamos. Entremos en la casa. Vamos a dejar a Ru en su habitación. Acuéstate con él.
—Mert, quiero hacer algo antes de eso —le dice Mat, viendo cómo ella se detiene.
—¿Qué vas a hacer, Mat? ¿No irás a ver a tu luna? —pregunta molesta.
—Sí, Mert, necesito saber que está bien —responde el Alfa.
—¡No me pidas que te acompañe, no lo voy a hacer! —Y entra molesta a la casa, dejando a Mat pensativo.
Mat se queda en el umbral un momento, el aire frío acariciando su rostro. Observa la puerta cerrarse lentamente tras la figura de su hermana, la tensión palpable en el ambiente. Sabe que Merytnert siempre ha sido fuerte y que todavía no puede perdonar a su Luna.
Con una mezcla de determinación y duda, Mat comienza a caminar hacia el bosque cercano. Las sombras de los árboles se alargan bajo la pálida luz de la luna, bailando al son del viento gélido que atraviesa la noche. Cada pisada en la nieve cruje suave, resonando como un susurro antiguo que acompaña su trayecto solitario.
De repente, siente una presencia. La suavidad de una energía familiar lo rodea, y sabe que es su luna. Aquella conexión especial que desafía las barreras del tiempo y el espacio, siempre constante, siempre cálida. Siente su esencia fluyendo a su alrededor, envolviéndolo como solo su luna puede hacerlo.
—Mi Luna, estoy aquí —susurra al viento, sabiendo que el mensaje llegará donde debe.