Salgo al encuentro de mi padre, que viene con mi mamá en sus brazos. Ella luce pálida y débil, pero me dedica una mirada que me obliga a guardar silencio. Con un leve movimiento de cabeza, me indica que no debo abrir la boca, que no es el momento de hablar.
Caminamos a través de los largos y oscuros pasillos de las cuevas. Cada paso que doy retumba en mi pecho, no por el ruido, sino por el temor. Puedo sentir la molestia de mi papá llenar el espacio como una presencia viva, un poder que amenaza con aplastar cualquier resistencia. Me inclino hacia atrás, tratando de mantenerme fuera de su aura de furia, pero no hay forma de escapar. Sus ojos, todavía rojos por la furia descontrolada, brillan como dos llamas vivas. Nunca antes lo había visto tan consumido por la rabia. Es como si estuviera a punto de transformarse completamente, como si el lobo dentro de él estuviera peleando por salir y tomar