El tono calmado de mi suegro al decir aquellas palabras no logró minimizar el nudo que se formó en mi pecho. ¿Había salido huyendo mi madre para protegerme, o me había abandonado? La duda seguía latente, pero ahora tenía algo más importante en qué concentrarme.
—Muy bien, creo que es correcto —aceptó mi idea de convertirme en lobo—. Pero deberías practicar con varios animales y luego decidir cuál se apega más a tu personalidad, porque de eso depende tu fuerza y tu poder como animal.—Sí, creo que tiene razón en eso. Entonces, ¿qué hago ahora? —pregunté, levantando el cristal con ambas manos y observando cómo el brillo se intensificaba cada vez más.—Primero debes trabajar en controlar tus emociones —me sugirió con firmeza—. La transformación no solo responde a la volunt