Los murmullos entre los enlaces mentales continuaban, pero poco a poco la estructura del orden que había implantado con mi respuesta comenzaba a asentarse en las mentes de mis hermanos alfas. La confusión era un remanente inevitable del conjuro de sumisión, pero sabía que, con la guía adecuada, cada uno recuperaría el firme control de sus propósitos. Este vínculo no era solo una herramienta mágica; había transformado lo que éramos, conectando nuestras almas en una sinergia mucho más fuerte que cualquier hechizo autoimpuesto, obligándome a dirigir a todos ahora.
—¿De veras, mi Alfa, nos deja libres para continuar con nuestras vidas? —escucho al alfa que había protestado antes.—¡Sí! —contesto con firmeza—. Les dije que el conjuro era solo para librarlos de la bruja, pero que no interferirá en sus vidas.—¡