CAPÍTULO 87 — Los brazos de una madre
Isabella miró el reloj por enésima vez. Apenas eran las diez de la mañana, pero sentía que el día ya había durado una eternidad. La oficina, con su aire enrarecido y el murmullo constante de teléfonos y teclados, se le hacía insoportable. Cada rincón parecía recordarle la conversación que había tenido con Alex horas antes. Su voz, sus preguntas, su mirada llena de una mezcla de ternura y confusión.
Cerró los ojos por un momento y respiró hondo. No podía seguir fingiendo normalidad. No después de todo eso. Tomó su bolso, apagó la computadora sin decir una palabra, y salió del edificio sin despedirse de nadie.
Subió a su auto, encendió el motor y, sin pensarlo demasiado, tomó rumbo hacia las afueras de la ciudad, hacia la casa de su madre. No lo había planeado, pero era lo único que su instinto le pedía: refugiarse en el único lugar donde todavía podía respirar sin máscaras.
El camino fue largo y silencioso.
Cuando llegó, su madre estaba en el jard