CAPÍTULO 138 — Donde el corazón se esconde
Isabella conducía sin rumbo fijo, sus manos temblaban sobre el volante, la garganta le ardía por contener las lágrimas que no se permitía soltar en público. Su casa —la que compartía con Gabriel, la que tantas veces había sentido como un refugio— se había convertido, de pronto, en un territorio imposible.
No podía regresar ahí. No esa noche.
Sabía que Gabriel tampoco volvería, pero aun así… la idea de esperar en aquella casa vacía, rodeada de recuerdos, era demasiado dolorosa. Estaba aturdida, desorientada y, sobre todo, terriblemente sola en una encrucijada que jamás imaginó enfrentar.
Tomó una decisión casi sin pensarlo. Giró a la derecha, tomó la avenida principal y condujo hasta la casa de su madre.
Catalina estaba mirando su telenovela cuando escuchó el sonido del portón. No esperaba visitas a esa hora. Al ver a Isabella bajar del auto, con los ojos rojos y el gesto descompuesto, se quedó paralizada.
— Isabella… —murmuró, acercándose—. ¿