CAPÍTULO 111 — Las grietas del alma
Fátima, que llevaba toda la mañana pendiente de los movimientos dentro del despacho de Isabella, levantó la vista justo a tiempo para ver salir a Alex Ruiz. Su rostro estaba endurecido por la furia; sus pasos eran rápidos, precisos, cargados de una tensión que se podía sentir incluso cuando ya se había alejado varios metros.
Fátima quedó inmóvil unos segundos, sorprendida por la intensidad que emanaba de él. Nunca lo había visto así. Y lo peor era esa sensación de que algo irreparable acababa de suceder puertas adentro.
Sin dudarlo más, empujó la puerta entreabierta y entró.
La imagen la golpeó con el peso de una tragedia: Isabella estaba sentada detrás de su escritorio, pero ya no había rastro de la presencia firme que solía caracterizarla. Su rostro estaba hundido entre las manos, sus hombros temblaban, y las lágrimas caían como si un dique entero se hubiera roto dentro de ella.
Fátima cerró la puerta con suavidad, avanzó y llegó hasta ella sin de