Esa noche, William no pudo conciliar el sueño. La oscuridad de la mansión lo envolvía, pero su mente no dejaba de moverse en círculos. Se levantó en silencio y caminó hacia su despacho, donde encendió una vela. La flama titilaba, tan frágil, tan pequeña. La veía arder lentamente, como si el tiempo también se estuviera consumiendo junto con ella. El suave crepitar de la cera quemándose era lo único que lo acompañaba en la quietud de la noche.Isabel, que había despertado por el ruido de la puerta, apareció en el umbral del despacho. Se acercó en silencio y, al verlo allí, se detuvo un momento, observando cómo se perdía en el resplandor de la vela.—Solía hacer esto mucho en el pasado —dijo Isabel, rompiendo el silencio, con una leve sonrisa en el rostro—. A mi madre la volvía loca. No soportaba ver cómo pasaba horas observando la flama. Decía que me perdería en ella.William no apartó la vista de la vela. La calma de la habitación era un contraste con lo que ocurría en su interior.—¿Q
A la mañana siguiente, William apenas había dormido. El amanecer encontraba su rostro cansado, pero su determinación intacta. Isabel, atenta como siempre, no quiso agobiarlo con preguntas; sabía que él necesitaba claridad para lo que iba a hacer.Después del desayuno, William ordenó ensillar su caballo. Marcus, atento a cada movimiento, se acercó mientras ajustaba sus guantes.—¿Vas a buscar a Lady Grayson? —preguntó en voz baja, como si temiera que alguien más pudiera oírlo.—Sí —respondió William con un asentimiento firme—. Si hay algo que pueda salvarme, ella debe saberlo.Marcus le tendió una carta doblada.—Por si acaso... Una nota para Isabel. No confío en que este viaje sea tan simple.William tomó la carta y la guardó en el interior de su chaqueta. Luego, montó y partió hacia la residencia de Lady Grayson, ubicada en las afueras del condado.El trayecto fue largo y solitario. El viento frío le cortaba el rostro, y cada golpe de las pezuñas de su caballo contra el suelo parecía marcar
Las horas siguientes fueron un torbellino de preparación. Marcus mandó llamar a un antiguo sirviente de la familia, alguien de absoluta confianza, para que se escondiera en una habitación contigua al despacho y pudiera dar testimonio de todo. Prepararon la habitación: revisaron paredes, puertas, rincones, asegurándose de que nadie más pudiera escuchar o descubrir el plan.Isabel se ocupó de enviar una invitación formal a Edward, haciéndola pasar como un gesto de buena voluntad para resolver los “malentendidos”. La carta fue cuidadosamente redactada para sonar desesperada, como si William ya hubiera aceptado su derrota.Cuando todo estuvo listo, William llevó a Isabel a su habitación. La abrazó largo rato, en silencio, como si quisiera grabar en su memoria el calor de su cuerpo.—¿Confías en mí? —susurró en su oído.—Con mi vida —respondió ella, sin dudarlo.—Entonces mañana será el principio del fin para Edward.**La mañana llegó envuelta en un manto de tensión. Edward respondió a la
El notario carraspeó, sacando un pergamino arrugado de su maletín, mientras el abogado y el médico asentían, dispuestos a respaldar cualquier mentira que se les pagara por repetir. William no respondió de inmediato. Dejó que Edward se ahogara en su propio exceso de confianza. Observó cómo colocaba el supuesto testamento sobre la mesa, desplegándolo con un gesto teatral, como quien revela la carta ganadora en una partida amañada. —Aquí está la prueba —dijo Edward, golpeando con un dedo manchado de tinta el nombre de su padre—. Mi linaje, mi derecho. Todo lo que ves, William, es mío por nacimiento. Marcus dio un paso adelante, fingiendo un interés neutro, pero en realidad su mirada barría cada movimiento, cada palabra. Robert, el sirviente oculto tras la rejilla de ventilación, también escuchaba atentamente, anotando mentalmente cada confesión, cada desliz. —Y ahora —continuó Edward, con una sonrisa que destilaba veneno—, espero que cumplas tu palabra. No quiero más demoras. Willia
Estaba en su habitación, envuelta en la soledad de sus pensamientos que se aferraban a ser lo único que le pertenecía. No tenía nada que le pudiera distraerla de sus nuevas obligaciones adquiridas. Imágenes la asaltaron por cada rincón de su mente. Días de paz,y de juegos. No había angustia , no había dolor. De pronto, un aguijón se le clavó nuevamente en el pecho.No deseaba hacerlo, moriría antes,pero para qué pensar en ello, ya estaba muerta.El viento sopló en su dirección hacia la vela a un lado de su cama,la flama se extendió con un temblor y el color azul se tiñó de rojo por unos segundos,sus ojos seguían en ese punto cuando de pronto una voz aguda le sorprendió con un portazo.-Deja de hacer esas cosas Isabel,parece que hubieras perdido la razón-. Dijo su madre acercándose.Con dos dedos apagó la flama y en su lugar quedó una mota de humo dispersándose.Ella no solía ser buena compañía para nadie,ni siquiera para su padre. Su aspecto delgado,su nariz aguileña y su falta de gen
El viaje a la hacienda le produjo vértigo, aunque fue rápido y cómodo. Su prometido era dueño de varios coches de lujo y según había dicho su padre el que había mandado por ella era el mejor. Trataba de impresionarla y eso la llenaba de rabia, de odio. Sí, odio hacia ese hombre que se empeñaba en poseerla.-Muy buenas noches señora-El señor Melville se dirigió a su madre con una leve reverencia y otra hacia Isabel. Después se fue y no supo mas de él. Su padre llegaría más tarde.Comenzaba a oscurecer cuando la condujeron a la que sería su habitación,su madre se había retirado a la suya para descansar del viaje exagerando su agotamiento.Con horror, miró que su habitación estaba apartada de todo,en ella no encontró una ventana o algo que le indicara un poco de libertad. Se estremeció, y aunque trató de calmarse,los nervios se apoderaron de Isabel.-El amo vendrá a conversar un poco más tarde,él aún no regresa del campo.Le informó la doncella que la condujo hasta su habitación.—¡No!—
-Entiendo-Musitó. Hablaba en susurros,como si al decirlo en voz alta confirmara sus sospechas.Le dio la espalda para caminar,se sentía asfixiada,aún en medio de la noche seguía sintiéndose presa,ese era el motivo de su odio irracional.-Él no es tan mala persona,algunos hasta le aprecian de verdad,su gente le tiene en alta estima.¿Estima?...se volvió para encararle.-La prole es tonta y confunde el agradecimiento con la estima,que es lo que los peones sienten por él-Se revolvió al saber que le comparaba con la servidumbre-No hay motivo para que yo le estime o le quiera,es mi captor,mi verdugo,alguien tan ruin que fue capaz de comprarme aún en contra de mi voluntad convenciendo a mi familia por una buena dote o qué sé yo.Él arrugo el entrecejo visiblemente alterado por sus palabras.-Los arreglos matrimoniales se han realizado desde antes de que usted naciera señorita Tolliver, y son los padres de la novia los que permiten el enlace,pero no creo que debe juzgar tan a la ligera sus m
—Le odia-. Volvía a mirarle con tristeza,a él qué podía importarle eso, solo debía dejarla ir. Pero se sintió débil para discutir,la cabeza le daba vueltas.-Sí-Afirmó con suavidad-Yo tenía otros sueños.-Todos tenemos sueños-. Elevó la voz y se levantó del suelo dejándole un espacio considerable para pensar—¿Qué tipo de sueños tiene?.Que más daba,ya no estaban,igual que su libertad,una que,irónicamente nunca tuvo.-No lo sé, tonterías supongo.-Para una mujer no existe eso,todo es importante,hasta el más mínimo detalle.Su explicación le sorprendió,como sus claras palabras,él no era un peón cualquiera ni mucho menos,él lograba que la sangre le hirviera en las venas con sus palabras, y la medida de su voz,...Era un hombre en armonía con su cuerpo.-Me he perdido el baile de debutantes.Sonaba a capricho,dicho de esa forma.-He escuchado que las mujeres son seleccionadas como a una buena yegua y las menos afortunadas necesitan de una buena dote o un apellido que las respalde.Su atrev