—Hola, Isabel. Espero que estés disfrutando la estancia.
Amelia se estrujó las manos con nerviosismo. Isabel notó el gesto y cubrió las manos de ella con las suyas, intentando transmitirle algo de calma. Era su boda, después de todo. Debería disfrutar el día.
Isabel apretó los labios. Recordó la suya… y lo desagradable que había sido. No le gustaba pensar en ese día en particular, aunque todo lo demás —los preparativos, la emoción, incluso los nervios previos— lo conservaba con cariño. Nadie supo jamás que William se había presentado con ella, pero al ver su vestimenta en ese momento y al verlo rodeado de sirvientes, creyó que era uno de ellos. Le odiaba en ese momento. No, no a él. Pero si a la situación en la que la había puesto. Porque hasta donde Isabel había creído, él era un anciano con olor a rancio y mucho dinero. Bendito había sido el cielo en mandarle al mejor de los hombres.
—Todo va perfecto, no te preocupes por los pequeños detalles que puedan salir de tus manos. Solo t