Un giro inesperado (4ta. Parte)
El mismo día
Londres
Grace
Por lo general, las señales anuncian una catástrofe. No lo digo por costumbre, ni por pesimismo. Lo digo porque es así. Porque uno aprende a fuerza de golpes que cuando algo empieza a crujir por dentro, es que ya se está quebrando. Que el silencio incómodo, las miradas evitadas, las palabras no dichas... son solo antesalas del desastre. Sí, hay señales. Siempre las hay. Pero preferimos no verlas.
No se trata de ser negativos. Se trata de ser realistas. De entender que, a veces, perdimos antes de darnos cuenta. Y aun cuando lo presentimos, no nos preparamos, más bien nos aferramos a la ilusión de que quizás, si hacemos silencio, si no preguntamos demasiado, si fingimos que no duele, el destino se ablandará. Como si ignorarlo pudiera cambiar su curso.
Pero no funciona así. La vida no negocia. Y la verdad es que no queremos aceptar que hay cosas que no podemos evitar. Que hay caminos que se tuercen sin remedio, que hay promesas que se rompen, aunque hayan sido