Daniel Harper no había dormido en dos noches. El miedo lo mantenía alerta, los músculos rígidos, la mente a punto de quebrarse. Se escondía en las cabañas abandonadas al norte de Grayhaven, moviéndose de un sitio a otro, cambiando de ropa, quemando papeles para no dejar huellas. La mochila era su condena y su salvación: dentro llevaba el mini-PC y documentos que podían destruir la Fundación Halcón Gris.
Pero Blake lo seguía. Lo sentía en el aire, en la bruma que parecía moverse con pasos invisibles. Cada crujido de rama era una amenaza. Cada reflejo en un charco era un ojo observando.
Esa noche, la niebla era tan espesa que apenas veía a dos metros. Daniel se internó en un sendero boscoso, jadeando, los zapatos embarrados. Sabía que debía llegar al pueblo, encontrar a Allyson Drake, entregarle lo que llevaba antes de que lo atraparan. No tenía medio de comunicarse. Había perdido su celular en la huida de Blake.
Detrás de él, un ruido. No un animal. No el viento. Un silbido corto, huma