Daniel llevaba casi dos días huyendo. El cuerpo le dolía como si hubiera envejecido diez años en un fin de semana, pero la adrenalina lo mantenía de pie. La mochila pesaba más que nunca, no por lo que contenía —el mini-PC, las copias de registros falsificados, recibos de donaciones—, sino porque sabía que en su interior llevaba la llave que podía hundir a la Fundación Halcón Gris. Le había dado migajas a la agente Drake y a Torres para entretenerlos, pero no todo. Era su seguro de vida...o de muerte.
Corrió por la vereda destartalada del barrio viejo, donde las casas parecían esqueletos de madera carcomida. La niebla se espesaba, filtrándose por las rendijas, reduciendo todo a un túnel gris.
Sabía que lo seguían. Lo sentía en el aire, en la vibración de los pasos amortiguados, en el crujir de tablas a lo lejos. Blake era un cazador. No necesitaba verlo para saberlo.
El joven dobló una esquina y tropezó con un bote de basura, cayendo de rodillas. Se incorporó rápido, con el corazón en