La oficina de Matthews en Quantico parecía más cansada que él mismo. Sobre el escritorio había tres tazas de café frío, informes apilados y un tablero lleno de nombres y fechas conectados con flechas rojas. Matthews estaba encorvado frente a la pantalla, repasando por enésima vez los reportes de Allyson y Torres desde Grayhaven. Sabía que había algo turbio tras la Fundación Halcón Gris, pero aún no lograba que las piezas encajaran.
Un golpecito suave en la puerta lo sacó de sus pensamientos.
—¿Trabajando horas extras otra vez? —preguntó una voz conocida.
Matthews levantó la vista, y allí estaba Marcus Levin, como siempre: impecable, con la corbata perfectamente ajustada, el cabello peinado hacia atrás y una sonrisa tranquila que parecía encajar en cualquier situación. Llevaba en la mano un vaso de café humeante.
—Ya deberías saber que las horas extras son parte del trabajo —gruñó Matthews, aceptando el vaso.
Levin se acomodó en la silla frente al escritorio, con un aire de colega conf