La cuarta o quinta vez que Allyson vio a Ethan Voos ya no fue casualidad. La primera había sido en la cafetería del centro de Grayhaven, una charla improvisada sobre el clima que terminó con él pagando el café de ambos y una sonrisa que se le quedó grabada más de lo que quisiera admitir. La segunda y tercera, en la mansión Voos, bajo el pretexto de una velada con miembros de la fundación Barrymore, donde los brindis y las conversaciones filantrópicas se mezclaban con la sensación de que todo estaba cuidadosamente orquestado.
Ahora, la invitación era más íntima. Una cena a solas.
Allyson dudó durante horas. Su instinto de agente le gritaba que esa cercanía era peligrosa. Nadie como Ethan Voos hacía nada por azar. Millonario por mérito propio, dueño de una seguridad personal que rozaba la arrogancia, y vinculado a Judy Barrymore, la mujer que más secretos parecía esconder en esta ciudad, aunque todavía ese dato era desconocido para Allyson y el FBI, Ethan era un rompecabezas perfecto pa