La lluvia había amainado en Grayhaven, dejando las calles húmedas y desiertas. El sheriff Thomas Keating conducía lentamente su patrulla, con los limpiaparabrisas aún moviéndose en un vaivén cansado. No dejaba de darle vueltas al supuesto tiroteo de la noche anterior. No había pruebas, no había testigos formales… pero había demasiadas llamadas coincidiendo en tiempo y lugar. Algo no cuadraba.
Detuvo el vehículo frente a la gasolinera de la ruta principal, donde un par de extraños parecían llenar un sedán alquilado. Allyson y Torres, vestidos con ropa civil y procurando pasar desapercibidos, levantaron la vista al escuchar la puerta del vehículo policial cerrarse de golpe. Habían cambiado su vehículo anterior por ese otro.
Thomas se ajustó el cinturón de cuero y caminó hacia ellos con pasos firmes.
—Buenas noches, amigos —saludó con voz grave, observándolos con un ojo de veterano acostumbrado a detectar gestos nerviosos—. Soy el sheriff Keating.
Torres forzó una sonrisa cordial.
—Bue