La bruma seguía flotando sobre las calles empedradas de Grayhaven cuando Allyson Drake cerró la puerta de la habitación de la posada donde se hospedaba. No encendió la luz de inmediato; prefería que sus ojos se acostumbraran a la penumbra. Aún sentía el frío de la noche en la piel, pero no era el clima lo que le recorría la espalda: era la sensación persistente de que, durante la cena, alguien la había estado vigilando más allá de lo evidente.
Colocó el bolso sobre la pequeña mesa de madera y se quitó los zapatos con un suspiro largo, casi de alivio. El contacto directo de los pies con la alfombra áspera le recordó que, por mucho que intentara proyectar control, cada paso en esa investigación era agotador. Se estiró un momento, dejando que los músculos se relajaran, pero su mente no lo hacía: la imagen de la fotografía colgada en la pared de la Fundación Halcón Gris seguía fija en su cabeza. Tres personas, tres muertes, y un solo punto de unión que hasta esa noche había permanecido oc