A la mañana siguiente
El sol apenas comenzaba a filtrarse por las cortinas cuando Rossyn, en silencio, se deslizó fuera de la cama.
Se puso una bata ligera y fue a la cocina a preparar el desayuno. El aroma del café recién hecho llenó el ambiente, mezclándose con el pan tostado y los huevos que chisporroteaban en la sartén. Sentía un nudo en el pecho.
Esa mañana debía decirle la verdad a Alfredo, y aunque sabía que lo amaba con todo su ser, temía por lo que vendría después.
Alfredo se levantó poco después, aún somnoliento, y al verla en la cocina, caminó hasta ella y la abrazó por detrás, apoyando su barbilla en su hombro.
—Te amo —murmuró con voz rasposa.
Rossyn sonrió con ternura, cerrando los ojos un segundo para retener ese momento. Luego giró un poco el rostro y respondió:
—Yo también te amo…
Se sentaron a desayunar, fingiendo normalidad. Rossyn revolvía el café con lentitud, sin probarlo. Alfredo notó que algo pasaba.
—¿Qué ocurre, amor? Estás muy callada.
Ella levantó la mirada