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La ambulancia llegó con un chillido de urgencia que partió la noche en dos.Subieron a Hernán con rapidez, su pequeño cuerpo parecía más frágil que nunca.Darina, con los ojos llenos de lágrimas, no dejaba de mirarlo como si temiera que en cualquier momento se desvaneciera frente a ella. Apretaba contra su pecho a los niños, que sollozaban, confundidos, preguntando una y otra vez qué pasaba, por qué su hermanito no despertaba.Hermes, con el rostro pálido y el alma hecha trizas, tomó el teléfono y llamó a Alfonso. Le contó todo, sin rodeos.Del otro lado, solo se escuchó silencio y una respiración contenida.—Voy para allá —dijo Alfonso al fin, con la voz cargada de angustia.No iría solo. Anahí y Freddy, apenas oyeron lo sucedido, se subieron al coche sin dudarlo.***Al llegar al hospital, el caos emocional era palpable. Anahí apenas vio a Darina, y su corazón se quebró. La encontró temblando, con la mirada perdida, abrazando a sus hijos como si temiera que también se los arrebataran
Anahí y Alfonso llegaron al hotel de lujo, donde él se estaba quedando. Los niños estaban agotados, pero la preocupación no les quitaba las ganas de moverse, así que los llevaron directamente a la habitación que Alfonso había preparado: un espacio cálido y lleno de juegos, con una decoración infantil que intentaba disimular el dolor que flotaba en el ambiente.Anahí y Alfonso se sentaron en unas sillas cerca de la ventana. Afuera, la ciudad brillaba indiferente, como si el mundo no se hubiera detenido para ellos.Los niños reían suavemente, intentando distraerse, pero Anahí apenas podía oírlos.Sus pensamientos estaban en otro lugar… en otra habitación, donde un niño tan pequeño enfrentaba algo que ningún niño debería enfrentar.—¿Cómo pudo pasar esto? —murmuró, con la voz quebrada.Alfonso tomó su mano, tembloroso.—Es un niño fuerte… va a salir de esta, Anahí.Ella retiró su mano con suavidad, pero con una firmeza que dolía más que un grito.—No quiero sentir que me toques… no ahora
Darina caminaba de un lado a otro, presa de la ansiedad.No podía estarse quieta, sus manos temblaban ligeramente y el pecho le dolía de tanto contener la respiración.Hermes, que hasta entonces había guardado silencio respetuoso, se acercó y tomó su mano entre las suyas.—Estoy aquí —le susurró con voz grave y cálida—. Todo va a salir bien, Darina.Ella asintió, pero sus ojos, llenos de angustia, decían otra cosa.En su mente se repetían las palabras de su pequeño Hernán, su deseo más profundo: solo quería verlo sano y salvo. Solo quería que su niño siguiera sonriendo.***En el hotel, a kilómetros de distancia, Rossyn despertó entre sollozos.Su cuerpecito temblaba, y sus lágrimas caían silenciosas sobre la almohada.Fue Alfonso quien corrió a su lado, tomándola en brazos con una ternura que parecía imposible en un hombre como él.—Shhh... Mami y papi pronto vendrán, mi amor —le murmuró mientras la arrullaba—. Todo va a estar bien. Después de un rato, Rossyn se calmó, sobre todo cu
Hermes permaneció en el hospital, la mirada fija en el pasillo, como si esperara que algo milagroso ocurriera.Alfonso había venido a apoyarlo, pero su presencia no aliviaba el dolor de la incertidumbre que se había instalado en su pecho.Mientras tanto, Darina se apresuraba en la habitación de hotel, sintiendo el peso de la angustia sobre sus hombros.Sabía que debía estar fuerte, pero cada paso parecía más pesado que el anterior.Al llegar, fue como si todo el cansancio de las horas pasadas se desmoronara, y lo primero que hizo fue abrazar a sus hijos, con un nudo en la garganta que no lograba deshacer.—Mami, extraño a Hernán. ¡Hernán es de Rossyn! Haz que venga ya, mami.La voz de la pequeña resonó en su corazón, y por un momento, el dolor de la situación se hizo aún más palpable.Darina abrazó a su niña, sus manos temblando ligeramente.—Pronto, mi amor, Hernán, va a estar bien. Muy pronto, mis tres niños estarán juntos como siempre. Pero ahora, Hernán está enfermito, y los doctor
—Tenemos buenas noticias —anunció el doctor, y aunque su voz era serena, cada palabra pesaba como una losa sobre el corazón de Darina y Hermes—. Es un tumor benigno.Un suspiro ahogado escapó de Darina.Hermes cerró los ojos, apretando la mano de su mujer, sintiendo que un peso monstruoso les abandonaba… pero no del todo.El doctor continuó:—Sin embargo, debemos operar lo antes posible. No podemos arriesgarnos a que el tumor crezca o afecte zonas sensibles.Darina sintió que el piso se le movía. Apenas había asimilado la palabra benigno, y ahora el miedo volvía a apretar su pecho con garras heladas.—¿Cuándo será la operación? —preguntó Hermes, su voz quebrándose al final.—En quince días —respondió el doctor con firmeza.Darina sintió un mareo súbito.—Quince días… —repitió en un susurro tembloroso, como si decirlo en voz alta pudiera detener el tiempo.El doctor los miró con seriedad.—No hay tiempo que perder. Cuanto antes lo hagamos, menor será el riesgo. Después de la cirugía, si
Una semana despuésEl reloj avanzaba con una calma que parecía burlarse del nerviosismo de Darina.Cinco días más y la operación que tanto temía se llevaría a cabo. Un miedo profundo la envolvía, aunque el día de hoy había comenzado con una pequeña luz de esperanza.A pesar del peso que llevaba sobre sus hombros, se sentía aliviada al saber que los pequeños Rossyn y Helmer estaban saludables, sin ningún problema de salud. Ese fue un respiro para ella, un alivio que le permitió relajarse por un momento.La noticia del bienestar de los niños había calmado parcialmente su angustia, pero el verdadero peso recaía sobre Hernán, sobre el último examen que tenía que hacerse antes de la operación.Cuando Hermes le sugirió que se fueran al hospital para el último estudio, ella aceptó, aunque sabía que no podría evitar la ansiedad que ya la consumía.Hermes había tenido que ir al banco para resolver algunos problemas, lo que dejó a Darina sola para llevar a Hernán al hospital.Una vez allí, se ac
Bruno no tardó en hacer su aparición, su presencia arrolladora como siempre.Sonrió con una falsa amabilidad y se acercó a Anahí, quien no pudo evitar sentirse incómoda por la forma en que él parecía medirla, como si estuviera evaluando cada uno de sus movimientos.Él no solo era su jefe, sino alguien que tenía el poder de decidir su futuro en la empresa. Sin embargo, algo en su mirada le decía que no debía confiar en él, a pesar de las sonrisas y el tono amigable de su voz.—Parece que conoces bien al señor Hang —comentó Bruno, su voz suave y cargada de una ligera curiosidad.Anahí levantó la vista, estudiándolo con cautela.—Bueno... —respondió, su voz clara, pero sin una pizca de confianza—. Somos conocidos. Y el señor Hang es un gran empresario, pero creo que conozco mejor a la madre de sus hijos.Bruno asintió con una sonrisa—¿Sabes? No he podido conseguir que un socio nos firme un incremento de compra. Se ha vuelto difícil para mí. ¿Te gustaría ayudarme con eso? —preguntó Bruno,
—¿Qué haces con este hombre, Anahí? —La voz de Alfonso retumbó en el aire, cargada de ira contenida.Anahí lo miró con evidente antipatía, como si cada palabra que él pronunciaba fuera un agravio.—Él es Bruno Cazares, mi jefe y CEO de la empresa Hang —respondió con frialdad, apretando los labios.Sin darle oportunidad de replicar, Anahí se acercó al niño y, con una firmeza casi feroz, lo arrancó de los brazos de su padre.Freddy, sorprendido, se aferró a ella con fuerza.—Mi auto se dañó —continuó Anahí, su voz cortante como una navaja—, y Bruno tuvo la amabilidad de traerme a recoger a mi hijo. Ya puedes irte, Alfonso.Alfonso bajó la mirada, como si aquellas palabras hubieran sido un golpe en el pecho.La frialdad de Anahí, la distancia que marcaba entre ellos, lo desgarraba de adentro hacia afuera.—¿Por qué no me llamaste? —preguntó en voz baja, casi implorante—. Pude haber venido, pude haberte ayudado...Ella le sostuvo la mirada, sus ojos oscuros como un abismo en el que Alfonso