Darina recibió el mensaje de Anahí:
“Todo está bien.”
Suspiró. Ese mensaje breve fue como un bálsamo invisible que calmó su pecho.
Había estado al borde de un ataque de nervios desde hace horas, temiendo que algo malo pasara con Anahí y Freddy, pero esas pocas palabras la sostuvieron por dentro.
Estaba en la mesa con los niños. Comían arroz con pollo, y aunque la comida era sencilla, los pequeños reían entre bocados, peleando por el trozo más grande de pechuga.
Entonces, sonó la puerta.
El sonido fue seco, como un trueno contenido en madera.
Darina se tensó. Su cuerpo reaccionó primero que su mente. Se levantó despacio, sus pasos pesaban. Abrió la puerta con un nudo en la garganta… y ahí estaba él.
Hermes.
Con un ramo de rosas rojas en una mano y bolsas de regalo en la otra.
Se veía diferente, menos arrogante, más humano.
—Hola —dijo, su voz rasgando el silencio entre ellos.
Los niños ni siquiera dudaron.
—¡Papito! —gritaron los tres al mismo tiempo, como si una vida entera no los hubi