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Alfonso llegó con prisa al pent-house, casi sin poder controlar la ansiedad que lo devoraba.Con cuidado, bajó a Anahí de los brazos, aún inconsciente, y la llevó en sus brazos hacia la habitación que alguna vez fue suya, donde habían compartido innumerables momentos, entre ellos, el último beso que selló el final de su historia.Esa misma cama en la que se amaron por última vez, antes de que todo se desmoronara.Al entrar a la habitación, Alfonso sintió una punzada en el pecho.No solo por el dolor de verla ahí, sino también por lo que significaba el regresar a este lugar tan cargado de recuerdos.Se sentó en el borde de la cama, con la mujer todavía en sus brazos, y la colocó cuidadosamente sobre las sábanas. Su mirada se detuvo en ella, estudiando su rostro pálido, y tocó suavemente su frente.La piel de Anahí estaba demasiado caliente, más de lo que debería. Una fiebre intensa estaba comenzando a consumirla, y eso lo alarmó.—Tengo que hacer algo —murmuró para sí mismo mientras se
Alfonso se obligó a respirar hondo. Tenía a Anahí entre sus brazos, vulnerable, temblando por el efecto de la droga que alguien más le había dado. Su corazón latía con fuerza, con desesperación, pero también con un peso insoportable de culpa y memoria.No podía volver a caer.No esta vez.Con manos cuidadosas y el corazón palpitándole con fuerza, tomó una manta gruesa y envolvió el cuerpo de la mujer que una vez fue su todo. La abrazó con ternura, como si su contacto pudiera ahuyentar los fantasmas de ambos. La recostó con delicadeza sobre su cama, alejando cualquier deseo, cualquier impulso.—Te amo, Anahí —susurró con una voz rota, casi inaudible—. Voy a demostrártelo. Voy a recuperar tu amor... aunque me tome toda la vida.***El sol del día siguiente entraba con timidez por las rendijas de la cortina. Anahí abrió los ojos, parpadeando varias veces, como si su mente estuviera luchando por alcanzar la realidad. Al principio no reconocía el lugar. Su cabeza latía con pesadez, el mund
En la empresa HangEl reloj marcaba las once de la mañana cuando Hermes llegó a la empresa. Su rostro reflejaba el cansancio acumulado de los últimos días. El peso de la futura operación de Hernán seguía oprimiéndole el pecho, y aunque su hijo parecìa ser un niño tan fuerte, había un nudo constante en su estómago que no desaparecía.Aun así, tenía que cumplir con algunos asuntos urgentes. Sabía que debía ausentarse un tiempo, dedicarse a su familia, pero antes necesitaba dejar todo en orden.En la sala de juntas, Bruno Cazares conversaba con un par de socios.El ambiente era cordial, aunque había una tensión subyacente que Hermes notó de inmediato. Bruno hablaba con confianza, incluso con una sonrisa estudiada, esa que siempre parecía estar ensayada frente al espejo.De pronto, la puerta del salón se abrió de golpe.—¿Qué demonios…? —murmuró uno de los socios al ver la figura imponente de Alfonso Morgan irrumpir como una tormenta.El rostro de Alfonso estaba descompuesto, sus ojos chi
Hermes llevó consigo a Anahí al salir de la reunión, caminando junto a ella por el pasillo con un gesto firme y protector.—No creas en las palabras de Alfonso, Anahí —le dijo con voz baja pero segura—. Él nunca te va a alejar de tu hijo. Y si se atreve… tendrá que enfrentarse también a mí. No permitiré que lastime a Freddy.Anahí lo miró con un brillo de gratitud en los ojos. El corazón le latía más tranquilo, como si el simple hecho de tener aliados de verdad la sostuviera en medio de aquella tormenta.Sentir el respaldo de Hermes, y también de Darina, la fortalecía. Después de todo, Alfonso era un hombre muy poderoso, con influencias y una mente tan calculadora como cruel.—Gracias —susurró—. No sé qué haría sin ustedes.Hermes no respondió de inmediato. Solo la miró con un gesto serio, como si su mente estuviera ya lejos de ahí. Y lo estaba.En dos días operaban a Hernán, y todo en su corazón se inclinaba hacia su hijo. Solo quería volver a casa, abrazarlo, decirle que todo saldrí
—¿Quieres un millón de pesos?La voz de la mujer resonó en la habitación con una calma venenosa, cada palabra envuelta en un tono de superioridad.Darina, con sus manos temblorosas y el corazón latiendo con un ritmo desesperado, asintió con frenesí.—¡Haré lo que sea! Por favor, necesito el dinero, ¡mi madre se está muriendo! —dijo con los ojos centelleantes de desesperación.La mujer que tenía frente a ella era la representación misma de la elegancia y el poder.Su vestido de diseñador se ceñía a su cuerpo con perfección, su cabello cuidadosamente arreglado caía en ondas suaves y en su mano relucía un anillo de bodas costoso, el símbolo de una unión que, a simple vista, parecía perfecta.Con un gesto pausado, la mujer acarició la joya.Luego, sonrió con frialdad.—Bien. Si realmente estás dispuesta a hacer cualquier cosa, entonces tengo una propuesta para ti. Si puedes gestar al heredero de la familia Hang… obtendrás un millón de pesos.Darina sintió cómo su respiración se cortaba. U
—¿Y qué buscas con esto? ¿Crees que puedes manipularme? —Hermes lo dijo con voz rasposa, las palabras llenas de veneno.Alondra se acercó lentamente, como si cada paso le costara una eternidad.Sus dedos temblaban mientras tocaba su rostro, como si intentara reconectar con algo que se desvanecía.—¡Aún podemos solucionarlo, mi amor! —su voz era un susurro entrecortado, cargado de desesperación—. Dame una oportunidad, por favor. Piensa en tu hermana Rosa, piensa en nuestra familia... ¡Por favor!Hermes sintió cómo la furia lo quemaba desde adentro. Su pecho se infló con rabia, y un destello de ironía cruzó su rostro al esbozar una sonrisa amarga.«Nunca podré perdonarte, Alondra, nunca perdonaré a los traidores como mi padre, pero… quiero saber de qué clase de veneno estás hecha», pensó con rabia y una calma peligrosa.—Bien —dijo con frialdad—, podré aceptarlo, pero solo si estás dispuesta a que tenga a ese bebé con esa mujer... de forma natural.Alondra se quedó helada, los ojos se a
En el hospital.La luz fría de la oficina del doctor iluminaba el rostro de Darina, quien escuchaba las palabras del médico como si vinieran de muy lejos, amortiguadas por una niebla densa que la separaba de la realidad.—Su madre está muy débil. No sabemos si resistirá la cirugía, pero es la única opción. Debe hacerse lo antes posible. Si se retrasa… las consecuencias podrían ser irreversibles.El aire se volvió pesado. Un nudo se formó en su garganta, apretándola como si alguien le rodeara el cuello con una cuerda invisible. Su madre… Su vida pendía de un hilo.—Lo entiendo —murmuró, su voz quebrada, pero firme—. Conseguiré el dinero. Haré lo que sea necesario.El médico la miró con gravedad, como si pudiera leer la desesperación en sus ojos. Asintió con un leve gesto y antes de dar por terminada la consulta, añadió:—El tiempo es clave. No lo olvide.Darina salió del consultorio con pasos mecánicos.La desesperación la envolvía como un manto. Su mente martillaba una y otra vez la m
Darina sintió el golpe directo al corazón, un dolor agudo que la atravesó como un cuchillo afilado.¡Su madre estaba muriendo!Necesitaba ese dinero con desesperación, como si fuera el oxígeno que la mantenía con vida.Las lágrimas comenzaron a deslizarse por su rostro, ardientes, pesadas, pero incapaces de calmar la tormenta dentro de ella.—Usted dijo que… —sus palabras salieron entrecortadas, casi ahogadas por la desesperación—. Usted dijo que no tendría que prostituirme.Alondra sonrió con frialdad, su rostro una máscara de satisfacción mientras observaba a la joven quebrarse ante ella.—Las reglas cambian, niña —dijo con una calma implacable—. Elige: acepta y te daré el dinero, o te niegas y te largas. Entonces buscaré a otra mujer que esté dispuesta a hacer lo que yo quiero.El corazón de Darina palpitaba con fuerza, como si fuera a estallar.Su mente era un torbellino de pensamientos oscuros, todo se desvaneció en un abismo mientras pensaba en lo que dijo el doctor, en la única