Alfonso llegó con prisa al pent-house, casi sin poder controlar la ansiedad que lo devoraba.
Con cuidado, bajó a Anahí de los brazos, aún inconsciente, y la llevó en sus brazos hacia la habitación que alguna vez fue suya, donde habían compartido innumerables momentos, entre ellos, el último beso que selló el final de su historia.
Esa misma cama en la que se amaron por última vez, antes de que todo se desmoronara.
Al entrar a la habitación, Alfonso sintió una punzada en el pecho.
No solo por el dolor de verla ahí, sino también por lo que significaba el regresar a este lugar tan cargado de recuerdos.
Se sentó en el borde de la cama, con la mujer todavía en sus brazos, y la colocó cuidadosamente sobre las sábanas. Su mirada se detuvo en ella, estudiando su rostro pálido, y tocó suavemente su frente.
La piel de Anahí estaba demasiado caliente, más de lo que debería. Una fiebre intensa estaba comenzando a consumirla, y eso lo alarmó.
—Tengo que hacer algo —murmuró para sí mismo mientras se