La pequeña los miraba con una mezcla de duda e incomodidad. Había algo en el aire, una tensión invisible que incluso ella, con su corta edad, podía percibir. Pero bastó una mirada a su madre para que sus piececitos corrieran decididos y se abrazaran con fuerza a sus piernas.
—¡No beses a mami! —protestó con una voz aguda, protectora—. ¡Mami es de Rossyn!
Fue en ese instante que Hermes soltó lentamente a Darina, como si la niña hubiera pronunciado un conjuro. Dio un paso atrás, esbozando una sonrisa apagada, llena de matices.
—Mi princesa... ¿Dormiste bien, cariño?
La pequeña no respondió con palabras. Solo alzó sus bracitos, pidiendo que su madre la cargara como si fuera un bebé, refugiándose en el amor más seguro que conocía.
—¡Mami es de Rossyn! —repitió, como si con eso todo pudiera resolverse.
Hermes la miró con ternura, y bromeó:
—¿Y papá? ¿Papá no es de Rossyn también?
La niña lo pensó un segundo, y luego, con una lógica impecable y sonrisa orgullosa, asintió con vehemencia.
—¡Sí