Brisa dio un paso atrás, con la mirada herida, los labios temblorosos. Su voz fue apenas un susurro cargado de dolor:
—Bien, nunca volveré a molestarte.
Helmer sintió un nudo en el pecho, una punzada que no esperaba. No pensó que esas palabras le dolerían tanto. Su cuerpo reaccionó antes que su mente, y estiró el brazo, deteniéndola con suavidad, pero con urgencia.
—¡Brisa! —exclamó, mirándola fijamente—. ¿Qué harás? ¿Vas a… tener al bebé?
Brisa se quedó quieta. Un silencio tenso los envolvió durante unos segundos interminables.
Luego giró lentamente el rostro, sus ojos se llenaron de lágrimas contenidas.
—Eso ya no es tu problema, Helmer. Así como yo ya no soy, ni seré, un problema para ti.
Dicho eso, se dio la vuelta con dignidad, conteniendo las lágrimas, y comenzó a caminar por el pasillo del hospital, dejando a Helmer congelado en su sitio, sintiendo que acababa de perder algo valioso, quizá irrecuperable.
Él dio un paso, con la intención de ir tras ella. Pero en ese instante, alg