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Alfonso sintió un escalofrío recorriéndole la espalda, una sensación helada de presentimiento. El aire pareció vaciarse de sus pulmones.—¿Cómo que en peligro? —murmuró, como si le costara aceptar esas palabras—. ¿Qué pretende ese infeliz?—No lo sé con certeza —dijo Hermes, apremiante—, pero no podemos dejarla sola con él. Bruno ya no es solo un farsante, Alfonso… es un traidor. Y alguien como él, cuando se ve acorralado, es capaz de todo.Alfonso sintió que las piernas le temblaban.Durante tanto tiempo había querido proteger a Anahí, a su hijo y demostrarles su amor, y ahora verlos en manos de un desalmado, le hizo sentir como un fracaso como hombre.—Tengo que llegar —dijo con los dientes apretados—. Si le hacen daño, si él le pone una mano encima…No terminó la frase. Dio media vuelta y corrió hacia su auto con renovada furia, como si cada segundo fuera una gota de sangre derramada.Hermes fue tras él, encendiendo también su vehículo. Ya no era solo una carrera para impedir una bo
—¡¿Qué has dicho, Anahí?! ¡No puedes hacerme esto! —bramó Bruno, con los ojos desorbitados por la incredulidad.Pero Anahí no lo miró. Su rostro permanecía sereno, inexpresivo, como tallado en piedra. Su mirada estaba fija en el juez, que, a pesar de su neutralidad profesional, parecía haberse petrificado por la tensión del momento. El silencio en la sala era espeso, como si el aire se hubiera vuelto irrespirable.Darina, con el pequeño Freddy en brazos, se apresuró a salir del recinto. El niño se había aferrado con fuerza a su cuello, como si presintiera el caos que se desataba a su alrededor. Darina no podía creer lo que acababa de escuchar, pero no permitiría que su sobrino presenciara una escena tan cruda. El escándalo era inminente, y todos lo sabían.Mientras tanto, Bruno apretaba los dientes con tanta fuerza que los músculos de su mandíbula parecían a punto de estallar. Su expresión se deformó en una mueca de rabia y frustración. Nunca había imaginado que Anahí tendría el valor
Alfonso condujo en silencio durante largo rato.Las luces de la carretera se deslizaban como sombras sobre su rostro tenso.En el asiento trasero, Anahí se había quedado dormida, acurrucada junto a Freddy, quien dormía profundamente con la carita apoyada sobre el regazo de su madre. Alfonso los miró por el espejo retrovisor con una mezcla de amor, culpa y una tristeza tan honda que le oprimía el pecho.Hoy casi los pierde.Y todo, por su ceguera, por su pasado, por los errores que se empeñaba en repetir.«Todo esto es mi culpa», pensó, apretando el volante con fuerza.«Merezco este dolor. Les he fallado tantas veces, y aún no sé si tengo lo necesario para ser el hombre que ellos merecen. Pero los amo. Los amo tanto, que estoy dispuesto a hacer lo que sea para ser mejor. Lucharé, aunque me cueste el alma».La cabaña apareció entre los árboles como un refugio perdido en medio de la nada.Estacionó sin hacer ruido. Anahí despertó, apenas el coche se detuvo, con los ojos aún cargados de su
Al día siguienteEl aroma a café recién hecho flotaba en el aire, envolviendo la cabaña con un calor reconfortante.Anahí abrió los ojos lentamente, sintiendo el cuerpo aún adormecido. Por un momento, la calma de la mañana la envolvió, hasta que escuchó ruidos provenientes de la cocina.Se frotó los ojos y se sentó en la cama, percibiendo cómo su estómago rugía ante el olor tentador.Se levantó con cautela y, descalza, avanzó por el pasillo de madera.Al llegar a la cocina, se detuvo en seco.Alfonso estaba allí, de espaldas a ella, moviéndose con una facilidad inesperada entre los sartenes.Su cabello aún desordenado y su camiseta ajustada lo hacían parecer extrañamente más hogareño de lo que jamás lo había visto. Cuando notó su presencia, se giró y sonrió.—Buenos días —saludó con suavidad, sirviendo una taza de café y acercándosela—. Freddy aún no despierta. Estoy preparando sus panqueques favoritos.Anahí miró la mesa. Además de los panqueques, había un plato con fruta fresca, cort
Cuando regresaron a la cabaña tras su paseo por el lago, el aire fresco de la tarde parecía envolverlo todo en una calma irreal.Freddy, con su rostro de niño agotado, pero feliz, caminaba de un lado a otro, diciendo que no tenía sueño, aunque en sus ojos brillaba claramente la fatiga acumulada.—¡Quiero jugar mucho, papito! —exclamó con una sonrisa radiante, pero pronto, el bostezo traicionó sus palabras.Alfonso no pudo evitar sonreír.El pequeño había estado tan emocionado todo el día. Habían recorrido el lago en bote, disfrutado de un picnic bajo los árboles, jugado al fútbol, y el niño se había mostrado como el centro del universo. Era todo lo que había querido: su hijo feliz, su corazón lleno de orgullo.Sin embargo, el cansancio era inevitable.Freddy comenzó a caminar de manera torpe, sus pequeños pies arrastrándose.Alfonso, con una ternura que solo un padre podría comprender, lo levantó en sus brazos y lo llevó suavemente a la cama.El niño no protestó, ya había luchado lo su
Cuando Alfonso abrió los ojos esa mañana, el sol se filtraba suavemente a través de las cortinas, tiñendo la habitación con un tono cálido y dorado.Durante unos segundos, no supo exactamente dónde estaba. Pero luego, la sintió.Anahí estaba en sus brazos, dormida, envuelta en el calor de su cuerpo, con una expresión serena que pocas veces le había visto. Se quedó quieto, observándola como si temiera que despertarla rompiera la magia del momento.Una sonrisa genuina se dibujó en sus labios.Tal vez anoche habían bebido un poco más de la cuenta, quizás no midieron las consecuencias, pero eso no cambiaba la verdad de lo que sentía.La amaba. La había amado incluso en medio de los errores, incluso cuando la vida se volvió una espiral de caos entre ellos. Y ahora, ahí estaba ella, tan cerca, tan suya por un instante que deseó que el tiempo se detuviera.Con cuidado, sin despertarla, la envolvió en una sábana blanca.La cargó en brazos como si fuera de cristal, deseando protegerla del mund
El día de la bodaEl día amaneció con una luz suave, casi tímida, como si incluso el sol supiera que algo sagrado estaba por ocurrir.En una de las habitaciones de la casa, Darina permanecía sentada frente al espejo, mientras unas manos expertas le arreglaban el cabello y le colocaban el velo con delicadeza.El vestido blanco, sencillo, pero elegante, se ceñía a su figura como si hubiera sido hecho para ella desde antes de nacer.Cuando el último broche fue puesto, y la maquilladora dio un paso atrás, Darina se miró al espejo.Por un momento se quedó sin aliento.No solo era la belleza reflejada en el cristal, era la mujer que había sobrevivido al dolor, al abandono, a la culpa, a los juicios y a la pérdida.Pensó en su madre, se preguntó si estaría feliz por ella, si estaría orgullosa de la madre en que se convirtió.Era la mujer que se había levantado cuando nadie lo esperaba. Por primera vez en mucho tiempo, se vio con nuevos ojos. Se vio digna. Se vio capaz. Sonrió.Nunca pensó que
—¿Quieres un millón de pesos?La voz de la mujer resonó en la habitación con una calma venenosa, cada palabra envuelta en un tono de superioridad.Darina, con sus manos temblorosas y el corazón latiendo con un ritmo desesperado, asintió con frenesí.—¡Haré lo que sea! Por favor, necesito el dinero, ¡mi madre se está muriendo! —dijo con los ojos centelleantes de desesperación.La mujer que tenía frente a ella era la representación misma de la elegancia y el poder.Su vestido de diseñador se ceñía a su cuerpo con perfección, su cabello cuidadosamente arreglado caía en ondas suaves y en su mano relucía un anillo de bodas costoso, el símbolo de una unión que, a simple vista, parecía perfecta.Con un gesto pausado, la mujer acarició la joya.Luego, sonrió con frialdad.—Bien. Si realmente estás dispuesta a hacer cualquier cosa, entonces tengo una propuesta para ti. Si puedes gestar al heredero de la familia Hang… obtendrás un millón de pesos.Darina sintió cómo su respiración se cortaba. U