HOLA, DÉJAME TUS COMENTARIOS O RESEÑAS GRACIAS POR LEER REGÁLAME TU LIKE EN EL CAPÍTULO ♥
Darina fue subida al auto a la fuerza, con los ojos perdidos y el corazón hecho trizas. Se sentía atrapada en una pesadilla de la que no podía despertar.Desde el interior del vehículo, sus ojos vidriosos se aferraban a la imagen de sus hijos, que estaban del otro lado de la ventana.Gritaban, lloraban, estiraban los brazos hacia ella, pero una barrera de cristal —física y simbólica—la separaba de ellos. El alma se le partía.Anahí los sujetaba con firmeza, conteniendo el impulso natural de los pequeños por correr hacia su madre. Sabía que, si lo hacían, solo se lastimarían más. Su rostro estaba bañado en lágrimas, pero su mirada era firme. Tenía que protegerlos… incluso de su propio amor.—¡Mami! ¡No te vayas! —lloró Rossyn con una voz que desgarraba el alma—. ¡Mami es de Rossyn! ¡Mami vuelve! ¡Mami…!Los sollozos se hicieron eco entre los muros, y el llanto de los demás niños se unió al de la pequeña, formando una sinfonía de dolor que estremecía el ambiente.Los tres se abrazaban c
—¿Sabes lo que voy a hacer ahora, Darina? —La voz de Alondra se volvió más grave, casi serpenteante—. Voy a destruirte. Prepárate para el infierno, porque te juro… te juro que vas a rogar por la muerte.Darina, atada de manos, temblaba. Sentía que estaba atrapada en una pesadilla, una de esas en las que gritas y nadie escucha, en la que corres y el suelo se deshace bajo tus pies. Quiso hablar, defenderse, pero el miedo le cerraba la garganta como una soga invisible.Uno de los hombres que estaba junto a Alondra dio el primer golpe. Fue seco, brutal, directo al estómago. Darina se dobló de dolor, jadeando, mientras otro golpe le alcanzaba el rostro. Todo le daba vueltas. Un sabor metálico llenó su boca.—¡Por favor! ¡Basta! —suplicó, su voz quebrada.Alondra sonriò con maldad y luego se fue dejando atrás la terrible escena.Pero ellos no se detuvieron. Sus cuerpos pesados la rodeaban como sombras, lanzando golpes con odio, con saña, como si su sufrimiento fuera el combustible de una ven
Alondra llegó al hospital con el corazón latiéndole con fuerza, el aire helado de la noche clavándose en su piel como pequeños cuchillos.Se acercó al área de recepción, insistente, exigente, con el rostro crispado por la frustración y los ojos enrojecidos por el cansancio y el odio contenido.—¡Déjenme pasar! ¡Soy su esposa! ¡Tengo derecho a verlo! —gritaba, aferrándose al borde del mostrador mientras el guardia de seguridad trataba de disuadirla.Pero no sirvió de nada.Las puertas permanecieron cerradas.No la dejaron ver a Hermes. No después de todo lo que había pasado. No después de que su nombre comenzara a circular entre rumores y sospechas.Entonces, apareció Alfonso.Su sola presencia hizo que la tensión en el ambiente se volviera asfixiante. Caminó con paso decidido hasta ella, los ojos como carbones encendidos, la mandíbula apretada, furioso, como si hubiera estado conteniendo esa rabia durante años.—¡Lárgate de aquí, Alondra! —espetó con una voz llena de veneno y desprecio
—¡Elliot! —El grito desgarrador de Edilene partió el aire como un rayo en plena tormenta. Corrió hacia el pequeño cuerpo tendido sobre el asfalto, sus manos temblorosas apenas podían tocarlo por miedo a hacerle más daño.—¡No, no, por favor no! —sollozaba, sus lágrimas empapaban su rostro mientras intentaba hablarle al niño, que permanecía inmóvil, con la carita manchada de sangre—. Mi amor, mi vida… ¡Respira, por favor, respira!Un alarido aún más agudo la interrumpió.—¡Mi nieto! ¡MI NIETO! —Azucena apareció al borde del colapso, sus ojos horrorizados se clavaron en el pequeño Elliot. El tiempo pareció detenerse cuando cayó de rodillas junto al niño—. ¡Dios mío, no! ¡Él no!Las sirenas rompieron el silencio opresivo. La ambulancia llegó y los paramédicos se lanzaron al rescate.Colocaron a Elliot en una camilla, lo entubaron con rapidez mientras gritaban códigos entre ellos.Edilene no quería soltar la mano de su hijo.—¡Voy con él! ¡Soy su madre! —gritaba con desesperación, forcejea
—¡Mientes! ¡Elliot no es tu hijo! —rugió Edilene, con los ojos encendidos de rabia, como si el mundo entero le hubiera sido arrebatado en un solo segundo.Alfonso los miró a ambos, paralizado, como si acabara de recibir un disparo en el pecho. Su respiración era irregular. El caos se le había metido al cuerpo y no sabía en quién creer.—Alfonso, por favor… —suplicó Edilene, dando un paso hacia él—. Elliot es tu hijo. Hicimos una prueba de ADN. Salió positiva. No le creas a César, él no puede aceptar que lo nuestro terminó. Está desesperado… está mintiendo.Pero la mirada de Alfonso ya se había tornado oscura. No dijo una palabra. Solo se volvió hacia César con el rostro endurecido por la rabia contenida… y le lanzó un puñetazo directo al rostro. El golpe resonó como un latigazo.César cayó al suelo con un gemido ahogado, sujetándose la cara ensangrentada.Un murmullo de horror se esparció entre los presentes.Los guardias no tardaron en intervenir. Corrieron hacia el caos, tomaron a Cé
Alfonso salió de la oficina a toda prisa, su corazón latiendo con fuerza.Tomó su teléfono móvil y, con manos temblorosas, abrió la aplicación de correo electrónico.Escribió la dirección y la contraseña con una rapidez inquietante, casi como si temiera que el tiempo se le escapara.La pantalla cargó al instante, pero su mirada se detuvo en un lugar específico, como si algo lo llamara con urgencia.La carpeta de spam. Sin pensarlo, la abrió.Entonces lo vio. El video estaba ahí, como una revelación oscura que lo atravesaba con la fuerza de un rayo.Era ella, Verónica, en la pantalla. Sus ojos se abrieron de par en par, su respiración se detuvo y, con un nudo en el estómago, vio cómo Verónica admitía lo que había estado ocultando: Darina era inocente, y las verdaderas culpables eran ella y Alondra.El hombre sintió que el suelo se desvanecía bajo sus pies.Un mareo intenso le recorrió todo el cuerpo, como si el dolor de la verdad lo estuviera consumiendo desde dentro.Su rostro se tornó
El auto frenó de golpe frente a la comisaría.Hermes bajó con tanta prisa que sus heridas se abrieron un poco más. Le ardían los músculos, la sangre seguía secando bajo su camisa, pero el dolor físico no importaba. Nada importaba salvo una cosa. Darina.—¡Hermes, espera! —exclamó Alfonso, tratando de sujetarlo—. ¡Mírate! Estás hecho pedazos, no puedes ni caminar derecho.Pero Hermes no lo escuchaba. No podía. No quería. Darina estaba ahí dentro. Sola. Encerrada. Humillada por su culpa.Cada paso lo sentía como una puñalada, pero aun así los dio.Uno a uno, avanzando por ese pasillo gris como si fuera un túnel hacia su redención. Su corazón latía como un tambor frenético. No era solo preocupación… era miedo. Miedo a que ella no quisiera verlo. Miedo a haber llegado demasiado tarde.Al ingresar, el comisario los miró con visible incomodidad. Sabía perfectamente quién era Alfonso… y conocía demasiado bien a Hermes. Sobre todo, ahora que las pruebas de corrupción caían sobre él como una a
—Van a liberarte, Darina. Ya tengo la prueba de tu inocencia. Juro que… juro que ahora viviré solo para compensarte todo el daño que te hice… mi amor.La voz de Hermes tembló en el aire como una cuerda a punto de romperse.Frente a él, tras los barrotes que durante años la separaron del mundo, Darina lo miró. Al principio no dijo nada.Solo sus ojos se abrieron lentamente, sorprendidos… incrédulos. Una lágrima resbaló por su mejilla, dejando un rastro pálido en su piel desgastada.Hermes contuvo el aliento. Por un instante, creyó ver esperanza en su rostro… pero entonces, la línea de sus labios se curvó.Primero una sonrisa tenue, casi nostálgica. Luego una carcajada, seca, amarga, hiriente.—¿Ahora sí crees en mi inocencia, Hermes? —preguntó, su voz suave como una caricia... pero cargada de veneno.Hermes sintió un puñetazo invisible en el estómago.El remordimiento lo aplastó. ¿Cuántas veces Darina no le había rogado, llorado, suplicado? ¿Cuántas veces no se arrodilló, aferrándose a