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Cuando Alfonso abrió los ojos esa mañana, el sol se filtraba suavemente a través de las cortinas, tiñendo la habitación con un tono cálido y dorado.Durante unos segundos, no supo exactamente dónde estaba. Pero luego, la sintió.Anahí estaba en sus brazos, dormida, envuelta en el calor de su cuerpo, con una expresión serena que pocas veces le había visto. Se quedó quieto, observándola como si temiera que despertarla rompiera la magia del momento.Una sonrisa genuina se dibujó en sus labios.Tal vez anoche habían bebido un poco más de la cuenta, quizás no midieron las consecuencias, pero eso no cambiaba la verdad de lo que sentía.La amaba. La había amado incluso en medio de los errores, incluso cuando la vida se volvió una espiral de caos entre ellos. Y ahora, ahí estaba ella, tan cerca, tan suya por un instante que deseó que el tiempo se detuviera.Con cuidado, sin despertarla, la envolvió en una sábana blanca.La cargó en brazos como si fuera de cristal, deseando protegerla del mund
El día de la bodaEl día amaneció con una luz suave, casi tímida, como si incluso el sol supiera que algo sagrado estaba por ocurrir.En una de las habitaciones de la casa, Darina permanecía sentada frente al espejo, mientras unas manos expertas le arreglaban el cabello y le colocaban el velo con delicadeza.El vestido blanco, sencillo, pero elegante, se ceñía a su figura como si hubiera sido hecho para ella desde antes de nacer.Cuando el último broche fue puesto, y la maquilladora dio un paso atrás, Darina se miró al espejo.Por un momento se quedó sin aliento.No solo era la belleza reflejada en el cristal, era la mujer que había sobrevivido al dolor, al abandono, a la culpa, a los juicios y a la pérdida.Pensó en su madre, se preguntó si estaría feliz por ella, si estaría orgullosa de la madre en que se convirtió.Era la mujer que se había levantado cuando nadie lo esperaba. Por primera vez en mucho tiempo, se vio con nuevos ojos. Se vio digna. Se vio capaz. Sonrió.Nunca pensó que
—¿Quieres un millón de pesos?La voz de la mujer resonó en la habitación con una calma venenosa, cada palabra envuelta en un tono de superioridad.Darina, con sus manos temblorosas y el corazón latiendo con un ritmo desesperado, asintió con frenesí.—¡Haré lo que sea! Por favor, necesito el dinero, ¡mi madre se está muriendo! —dijo con los ojos centelleantes de desesperación.La mujer que tenía frente a ella era la representación misma de la elegancia y el poder.Su vestido de diseñador se ceñía a su cuerpo con perfección, su cabello cuidadosamente arreglado caía en ondas suaves y en su mano relucía un anillo de bodas costoso, el símbolo de una unión que, a simple vista, parecía perfecta.Con un gesto pausado, la mujer acarició la joya.Luego, sonrió con frialdad.—Bien. Si realmente estás dispuesta a hacer cualquier cosa, entonces tengo una propuesta para ti. Si puedes gestar al heredero de la familia Hang… obtendrás un millón de pesos.Darina sintió cómo su respiración se cortaba. U
—¿Y qué buscas con esto? ¿Crees que puedes manipularme? —Hermes lo dijo con voz rasposa, las palabras llenas de veneno.Alondra se acercó lentamente, como si cada paso le costara una eternidad.Sus dedos temblaban mientras tocaba su rostro, como si intentara reconectar con algo que se desvanecía.—¡Aún podemos solucionarlo, mi amor! —su voz era un susurro entrecortado, cargado de desesperación—. Dame una oportunidad, por favor. Piensa en tu hermana Rosa, piensa en nuestra familia... ¡Por favor!Hermes sintió cómo la furia lo quemaba desde adentro. Su pecho se infló con rabia, y un destello de ironía cruzó su rostro al esbozar una sonrisa amarga.«Nunca podré perdonarte, Alondra, nunca perdonaré a los traidores como mi padre, pero… quiero saber de qué clase de veneno estás hecha», pensó con rabia y una calma peligrosa.—Bien —dijo con frialdad—, podré aceptarlo, pero solo si estás dispuesta a que tenga a ese bebé con esa mujer... de forma natural.Alondra se quedó helada, los ojos se a
En el hospital.La luz fría de la oficina del doctor iluminaba el rostro de Darina, quien escuchaba las palabras del médico como si vinieran de muy lejos, amortiguadas por una niebla densa que la separaba de la realidad.—Su madre está muy débil. No sabemos si resistirá la cirugía, pero es la única opción. Debe hacerse lo antes posible. Si se retrasa… las consecuencias podrían ser irreversibles.El aire se volvió pesado. Un nudo se formó en su garganta, apretándola como si alguien le rodeara el cuello con una cuerda invisible. Su madre… Su vida pendía de un hilo.—Lo entiendo —murmuró, su voz quebrada, pero firme—. Conseguiré el dinero. Haré lo que sea necesario.El médico la miró con gravedad, como si pudiera leer la desesperación en sus ojos. Asintió con un leve gesto y antes de dar por terminada la consulta, añadió:—El tiempo es clave. No lo olvide.Darina salió del consultorio con pasos mecánicos.La desesperación la envolvía como un manto. Su mente martillaba una y otra vez la m
Darina sintió el golpe directo al corazón, un dolor agudo que la atravesó como un cuchillo afilado.¡Su madre estaba muriendo!Necesitaba ese dinero con desesperación, como si fuera el oxígeno que la mantenía con vida.Las lágrimas comenzaron a deslizarse por su rostro, ardientes, pesadas, pero incapaces de calmar la tormenta dentro de ella.—Usted dijo que… —sus palabras salieron entrecortadas, casi ahogadas por la desesperación—. Usted dijo que no tendría que prostituirme.Alondra sonrió con frialdad, su rostro una máscara de satisfacción mientras observaba a la joven quebrarse ante ella.—Las reglas cambian, niña —dijo con una calma implacable—. Elige: acepta y te daré el dinero, o te niegas y te largas. Entonces buscaré a otra mujer que esté dispuesta a hacer lo que yo quiero.El corazón de Darina palpitaba con fuerza, como si fuera a estallar.Su mente era un torbellino de pensamientos oscuros, todo se desvaneció en un abismo mientras pensaba en lo que dijo el doctor, en la única
El amanecer llegó con una luz suave que se filtraba a través de las cortinas, tocando la piel de Darina, que permanecía inmóvil en la cama. A pesar de la calidez del sol, su cuerpo seguía helado, como si el frío del miedo se hubiera apoderado de cada uno de sus músculos, hundiéndola en un abismo del que no podía escapar.El eco de lo sucedido la asfixiaba. A cada respiración, sentía el peso de lo que había hecho, como si una invisible mano la estrangulara. No lograba olvidar aquella primera noche con él, un hombre extraño cuya presencia no solo había arrebatado su virginidad, sino algo mucho más profundo: su dignidad. ¿Era esto lo que tenía que hacer para salvar a su madre? La pregunta, tan cruel como desesperante, retumbaba en su mente.Abrió los ojos lentamente, y el peso de la mano sobre su cuerpo la hizo sentir más atrapada que nunca. No había forma de liberarse de esta pesadilla, ni en su cuerpo ni en su alma. El hombre seguía a su lado, inmóvil, y el contacto con su piel era lo
Un mes después.La habitación del hospital estaba bañada en una luz cálida, pero Darina no sentía nada. Su cuerpo seguía frío, incluso allí, entre las paredes blancas, rodeada por la luz que había prometido sanar. Las noticias sobre la operación la habían tranquilizado un poco, pero el peso de la culpa seguía aplastándola. Se apretó las manos contra el pecho, intentando que su corazón no estallara de la presión que sentía.—¡Hija! —exclamó su madre, sonriendo al verla entrar, sin notar la tormenta que arrasaba dentro de Darina.—¡Mami, ya estás mejor! —respondió Darina, con una sonrisa que no alcanzó a llegar a sus ojos. No podía soportar lo que estaba a punto de decir.—Aún no cantemos victoria, Darina —dijo el doctor, interrumpiendo sus pensamientos—. Está mejor, sí, pero su corazón sigue débil. Necesita una segunda operación. Pero ahora todo está cubierto, así que confiemos.El doctor salió, y las palabras de su madre comenzaron a desdibujarse en el aire.—Darina, ¿cómo conseguiste