Tessa fue arrastrada hasta el hospital psiquiátrico como si se tratara de un desecho humano.
El aire pesado y denso del lugar la envolvió desde el momento en que cruzó aquellas rejas oxidadas.
Aquel edificio no era un refugio para sanar la mente, no era un hospital en esencia… era un lugar de sombras, donde los gritos se apagaban en paredes frías y los llantos se mezclaban con el eco de pasillos interminables.
Sus ojos temblaron al ver a Gustavo, esperándola al fondo, con esa sonrisa torcida que la aterrorizaba. Sus labios, delgados y crueles, se curvaron con deleite.
—¿Cuándo me liberarás? —preguntó ella con un hilo de voz, aferrándose a una mínima esperanza.
Él siseó, como un reptil que disfruta la desesperación de su presa.
—Cuando yo quiera —sentenció, con una calma que heló la sangre de Tessa.
Luego, sin mirarla más, hizo un gesto a uno de los guardias. Fue entonces cuando comprendió que todo lo que había creído negociar con él había sido una farsa.
—¡Eso no era el trato! ¡No! ¡V