—Hermano… —Orla bajó la voz, sus dedos entrelazados temblaban—, ¿puedes estar conmigo en el ultrasonido?
Alexis no lo dudó ni un segundo. Se inclinó hacia ella y tomó sus manos con firmeza, transmitiéndole esa calma que siempre había sabido darle desde que eran niños.
—Claro que sí. Cuentas conmigo para todo, Orla. Mírame —dijo con intensidad—, incluso si Félix decide darle la espalda a su propio hijo, yo estaré ahí. Yo seré como un padre para él, y tú y mi sobrino serán felices. Te lo prometo.
Los labios de Orla se curvaron en una sonrisa frágil, casi tímida, pero en sus ojos había un destello de alivio. Saber que no estaba sola le devolvía un poco de fuerza.
Caminaron juntos hacia el consultorio. Orla, antes de entrar, sintió la necesidad de girarse. Sus ojos recorrieron el pasillo vacío. No había nadie allí, pero un escalofrío le recorrió la espalda.
Fue como si unas pupilas invisibles se clavaran en su nuca.
Por un instante pensó que alguien la observaba, vigilante, esperando que